Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “No solo ruego por ellos, sino también por los que han de creer en mí por medio de sus palabras. Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les di la gloria que tú me diste para que sean uno como lo somos nosotros. Yo en ellos y tú en mí, para que sean plenamente uno; para que el mundo conozca que tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí. Padre, quiero que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy; para que contemplen mi gloria; la que me diste, porque me amaste antes de la creación del mundo.” (Jn 17,1.20-24).
Me consuela leer este trozo del Evangelio, me sosiega meditar con él, me reconforta repetir estas palabras. Un día Jesús oró por mí, lo creo no de forma romántica, lo creo desde las entrañas de mi ser. Mi vida estuvo en la oración de Jesús y, por tanto, aquello que hoy con responsabilidad asumo tiene la certeza de ser sostenido con la fuerza del Amor del Maestro, del Señor.
La presencia de Jesús nunca ha sido extraña en mi vida, aprendí a amarlo en mi familia, tal vez su imagen no era clara, pero el amor de mis seres queridos me impedía poner en entredicho ese Amor dador de vida, ese Amor de familia. Y fue en medio de esta otra familia grande, la del Carmelo, la de mi Provincia donde descubrí que Aquel que adoraba desde niño hizo posible que lo conociera en rostros concretos y definiera su contorno en el ser humano intuyendo la grandeza de nuestra interioridad. En mi familia religiosa se me ha dado el regalo de creer en comunidad.
En medio de seres humanos grandiosamente frágiles, mis hermanos, sigo creyendo en Jesucristo. Creo porque a pesar de ser quien soy creen en mi desde cuando atravesé los umbrales del templo parroquial de Sonsón. Creo por el testimonio mis formadores y compañeros de formación, creo por el respeto de mis superiores mayores, creo porque en la diversidad de edades, procedencias y servicios me han posibilitado ser uno con ellos en el carisma del carmelo descalzo, creo con la iglesia de comunión, con la iglesia incluyente, con la iglesia Buena Noticia, con la iglesia presente en cada casa de carmelitas y en cada corazón de los hermanos de profesión y de los hermanos por el bautismo.
Es esta la gloria del Padre de Jesús, que sus hijos creamos por convicción y que dicha fe refleje en el mundo la presencia de su Hijo Resucitado. Es la gloria que como carmelita quisiera difundir, pregonar con certeza el Evangelio y seguir creyendo en la bondad del ser humano.
Jesús subió a la montaña, fue llamando a los que él quiso y se fueron con él. Nombró a doce a quienes llamó apóstoles para que convivieran con él y para enviarlos a predicar con poder para expulsar demonios. (Mc 3,13-15).
Y estoy reunido con ustedes porque Él lo quiere, lo quiere para llenarnos de su bondad, lo quiere para sanarnos de todo aquello que nos divide interior y exteriormente, lo quiere como expresión de su misericordia. Solo nos pide un acto de conciencia y es permanecer a su lado, no del lado de un Jesús disfrazado de dogmatismos y leyes, sino de quien como Señor señorea la vida de los hijos del Padre para hacerlos comprender su dignidad, impulsándolos a vivir consecuentemente.
Reconozco mis límites humanos, por lo tanto, le pido al Señor su acción amorosa para vivir a su lado viviendo al lado de mis hermanos. Un día santa Teresa se echó a los pies del Señor y le dijo que no se levantaría hasta que Él hiciese su obra en ella (cfr. V. 9,3). Yo me aferro al Jesús vivo en mis hermanos de la Provincia y la Delegación, a ustedes necesito estar unidos para que juntos busquemos hacer vida el Evangelio.
Seguramente no podré cumplir con todo lo que me pidan, algunos hasta quedarán decepcionados de mi ministerio como Superior Provincial, pero tengan la certeza que me esforzaré en acrecentar el amor. No haré torres sin fundamento, es decir ningún proyecto podrá estar dirigido sin el amor de Dios. Pido su ayuda, paciencia y colaboración; pido de cada uno de ustedes su palabra en la verdad; pido que me ayuden para el bien y me cuiden del mal; pido que con todos los frailes, monjas y laicos le permitamos al Señor ser construidos como carmelitas buscando edificar como iglesia el mandamiento del Amor.
Me acompañan tantos sentimientos, me asombra saberme frente a un camino nuevo, me da seguridad saber que muchos superiores antes que yo se dejaron conducir por el Señor y llegaron a cumplir su voluntad. No estoy solo, los tengo a ustedes, están presentes todos aquellos carmelitas que viven resucitados en el corazón de Dios, puedo experimentar la comunión con los santos de mi familia religiosa. Cuando se inicia un camino ya recorrido por otros y cuando dicho camino se recorrerá con hermanos, se deben dar los pasos con fe, esperanza y amor.
En fin, hermanas mías, con lo que concluyo es, que no hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen; y como hagamos lo que pudiéremos, hará Su Majestad que vayamos pudiendo cada día más y más. (7M 4,15).
Fray Carlos Alberto Ospina Arenas de Jesús
Villa de Leyva, enero 15 de 2020