Por: Hna. Maria del Pilar de la Iglesia OCDS
(Corrección lingüística de María Francisca Alonso OCDS, 20 de julio de 2017)
Para celebrar la solemnidad de Nuestra Señora del Carmen con un mayor conocimiento y avivar aún más el amor que le profesamos, se ha expuesto en estas líneas de la autora, el significado de la vinculación de María con el origen de la Orden en plena época feudal. La relación en forma de pacto que se establece entre Nuestra Señora y los ermitaños latinos del Monte Carmelo implica que ellos y sus cosas pertenecen a María y Ella por su parte se compromete a proteger a la Orden y a cada uno de sus miembros. Este pacto se actualiza en la profesión solemne de los frailes y las monjas, y en la promesa definitiva de los laicos, cuando se pone la promesa que se hace a Dios bajo la protección de la Virgen María.
De este modo los carmelitas, por la profesión religiosa o por la promesa definitiva, nos ponemos para siempre al servicio de la Virgen María. Un servicio es ofrecerle un culto digno transido de amor. Lo es también nuestra oración intercesora por la salvación de las almas y por la santidad de los hijos de la Iglesia, de un modo particular por el ministerio ordenado, a los que unimos nuestros sacrificios y nuestro apostolado, ofreciendo todo ello, a Dios junto con el sacrificio eucarístico; de este modo ayudamos a la Virgen María en su misión de corredentora para hacer más fecunda la redención de Cristo. A su vez hacemos fecunda la promesa que, según la tradición, la Virgen María hizo a san Simón Stock, de que, a quien lleve el santo Escapulario de la Orden con devoción y en conformidad de vida, le serán concedidas las gracias necesarias para alcanzar la salvación eterna.
La Hna. Lucía del Inmaculado Corazón de María, vidente de Fátima y hermana de nuestra Orden, no dejaba de recordar que cumpliendo las exigencias del carisma de la Orden del Carmen se cumplía el mensaje que ella había recibido de la Virgen María, para que de este modo, poder alcanzar para la humanidad perdón y misericordia. Ello es bueno recordarlo en este centenario de las apariciones de la Virgen en Fátima.
Las Sagradas Escrituras celebran la belleza del Carmelo, donde el profeta Elías defendió la pureza de la fe de Israel en el Dios vivo. Cerca de la fuente de Elías, en el siglo XIII, se establecieron unos ermitaños llamados latinos por proceder de Occidente. Estos entre los años 1206-1214 pidieron a Alberto, Patriarca de Jerusalén, que les diera «una fórmula de vida adecuada a vuestro proyecto común y a la que deberéis ser fieles en el futuro» (n. 3).
Esta «fórmula de vida» que más tarde adquirirá el carácter jurídico de «regla» , prescribe en primer lugar «vivir en obsequio de Jesucristo, y servirle fielmente, con corazón puro y buena conciencia» (n. 2). Cristo da sentido y plenitud a toda la vida del carmelita. En el contexto de la sociedad medieval, «vivir en obsequio de Cristo» significaba una situación de vasallaje respecto a su Señor. Jesús es el Señor de Tierra Santa, «feudo conquistado con su sangre, territorio sobre el que El ejercía un poder indiscutible de “patrón” soberano» . Los ermitaños latinos del Monte Carmelo, porción del feudo de Cristo, se propusieron una finalidad cristológica al vivir «in obsequio Iesu Christi», a modo de vasallos ante su «patrón» y reconociendo a Jesucristo como el «Señor del lugar». De este modo, los ermitaños que se habían enrolado al servicio del Señor Jesús le consagraban totalmente sus vidas. El era el centro de su meditación, de la liturgia, su razón de ser y de existir.
La Regla también prescribe: «El oratorio, en cuanto cómodamente pueda hacerse, se construirá en medio de las celdas y allí os reuniréis de mañana todos los días para oír la santa misa, donde buenamente pueda hacerse» (n. 14). La elección de un titular de la iglesia comportaba una orientación espiritual, «ya que en la concepción feudal entonces reinante el que estaba al servicio de la iglesia estaba al servicio del santo al cual la iglesia estaba dedicada. Y entiéndase bien, en todo su valor, la palabra “servicio” (en latín servitium o también obsequium): significaba la traditio personae, es decir, ponerse completamente a disposición, consagración personal ratificada con juramento, y más cuando esto estaba sancionado con la profesión religiosa» . La Regla dejaba libertad a los eremitas para escoger el titular del oratorio que desearan. En el mismo Monte Carmelo existía una abadía llamada de santa Margarita. Estos eremitas habrían podido escoger a cualquier santo, incluso al profeta Elías, como titular de su oratorio. Pero decidieron que la capilla fuera presidida por la Virgen María. Esta decisión tuvo para su vida y para el futuro de la Orden una importancia singular y decisiva que orientó la vida de los carmelitas, ya que marcará el carácter mariano de la Orden desde sus orígenes.
Sabemos que esta capilla estaba edificada a los pocos años. Así nos lo atestigua un itinerario de peregrinos titulado La Citez de Jerusalem, compuesto entre los años 1220-29, que describe así la montaña del Carmelo: «En la ladera de esta misma montaña hay un lugar muy bello y deleitoso, donde habitan unos ermitaños latinos llamados frailes del Carmen, donde hay una iglesia dedicada a Nuestra Señora» . De esta pequeña iglesia dedicada a la Virgen tomaron los religiosos el nombre de “Hermanos de la Bienaventurada Virgen del Monte Carmelo”. De este modo la primera iglesia se convertiría en la iglesia-madre de la futura Orden del Carmen.
Como hemos visto, la dedicación de la capilla a la Virgen María no fue una prescripción legal, sino un hecho de vida. El amor y la devoción que estos ermitaños profesaban a la Virgen María les movió a dedicarle su primera iglesia. Este hecho, en la mentalidad feudal: significaba que se establecían unos lazos de vasallaje espiritual, ellos y todo lo suyo pertenecían a la Virgen María, como Dueña del lugar y de sus moradores. A su vez, ellos quedaban consagrados a la Virgen, se ponían a su total servicio y se comprometían a honrarla, confiando en que Ella los protegería como a cosa suya y se preocuparía vivamente de sus intereses.
De este modo, conscientes o no de ello, estos ermitaños latinos cumplían un sentido alegórico de las Sagradas Escrituras. El pasaje del profeta Isaías: «Le ha sido dado el esplendor del Carmelo» (Is 35,2), que la liturgia atribuye a la Madre de Jesús. Estos hermanos carmelitas harían posible que una porción del territorio de Palestina, que pertenecía todo él a Jesucristo por derecho de herencia y de conquista, fuera dado a su Madre, de modo que la Orden del Carmen y cada uno de sus miembros sería posesión personal tanto de Jesucristo el Señor como de María, su Santa Madre. Ambos, Jesucristo y la Virgen María, protegerían a la Orden del Carmen y a los carmelitas, y estos estarían para siempre a su servicio personal, hasta el grado de convertirse en el «santuario más íntimo que la Iglesia tiene», como siglos más tarde definiría el Carmelo Edith Stein.
Cada carmelita que acoge la llamada del Señor y promete ante la Iglesia ser fiel para siempre a este llamamiento, lo promete a Dios y pone esta promesa bajo la protección y ayuda de la Virgen María. Al ponerse bajo la protección de Virgen María (en la profesión solemne en el caso de los frailes y las monjas o de la promesa definitiva en el caso de los laicos) se realiza un pacto entre María y el carmelita. Ella se compromete de un modo particular, con su amor materno, a cuidarlo durante toda su vida, a protegerlo en los peligros, a consolarlo en sus angustias, a ayudarlo en su lucha contra el pecado, a alcanzarle gracias para que por la virtud del Espíritu Santo conserve virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad, de este modo, se una más íntimamente a su Hijo hasta que sea llevado felizmente a la patria celestial .
Por su parte el carmelita, con la profesión solemne o con la promesa definitiva, se compromete de por vida a amar con amor filial, a honrar y a servir a María en todo aquello que sea necesario. Y con María, a vivir en obsequio de Jesucristo. Ello queda reflejado con mayor claridad en la fórmula de profesión religiosa que los carmelitas realizaban en el siglo XIII: «Yo prometo obediencia […] a Dios y a la Beata Virgen María del Monte Carmelo». Con esta fórmula, el carmelita querrá cumplir una alianza no solo con Dios, sino también con la Virgen, su madre, y por tanto, al prometer en la propia consagración a su servicio, se está seguro de su materna protección.
Para las órdenes medievales, la dedicación mariana tenía también el valor de un compromiso en la reformatio Ecclesiae, es decir, ser «piedra viviente» en el Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia . Al emitir los votos religiosos o la promesa definitiva a Dios y bajo la protección de María, el carmelita «intenta consagrar a ella su vida, su persona, sus facultades, su tiempo, comprometiéndose en un servicio diligente, apasionado, destinado a durar hasta la muerte. El escapulario llevado de día y de noche es el signo sensible y el recuerdo de dicha consagración y de sus exigencias prácticas» .
Al elegir a la Virgen María como titular de la primera capilla que les indicó Alberto, Patriarca de Jerusalén, en la Regla, ponían no solo la futura Orden bajo la protección de María, sino que la hacían Señora del Lugar, a partir de entonces todas las vicisitudes de la Orden estarán vinculadas a su celestial patrona. Ya el insigne carmelita A. Bostio (+1499) decía: «María se demuestra en toda ocasión y en todo tiempo tan íntimamente unida a los hechos de la Orden que le cuadra maravillosamente el nombre de Superiora del Carmelo. La Orden descansa en sus manos. Ella se preocupa de cada uno de sus miembros como de las pupilas de sus ojos» . Él llamará a la Virgen María «Legisladora, Fundadora, Señora, Creadora, Madre, Hermana, Patrona, Gobernadora, Abadesa Primada» .
Se pudiera decir, en virtud del patronazgo de la Virgen sobre toda la Orden del Carmelo, que la Virgen María alcanzará de Dios que esta su Orden nazca eremita, para que prolongue su vida de oración en bien de la Iglesia y de la humanidad. Así, la impronta de la oración y de la contemplación será siempre parte integrante de su ser en la Iglesia. No permitirá que desaparezca su Orden bajo la espada del islam , y a los carmelitas alentará para que regresen de nuevo a Europa . Allí velará para que se convierta en una Orden mendicante, para que participe activamente en la evangelización de Europa.
Desde su llegada a Europa, que comenzó aproximadamente en 1230, y durante los siguientes 150 años, el Carmelo tuvo una existencia un tanto precaria . «En este período, los frailes aprendieron a confiar en el auxilio y protección de María. Se encomendó a Ella la supervivencia misma de la Orden, y los hermanos tenían confianza en su protección y cuidado» . En multitud de ocasiones, experimentaron los carmelitas que habría desaparecido la Orden de la faz de la Iglesia si no hubiera intervenido la Virgen María, a quien los carmelitas suplicaban su ayuda ya que ellos, recién venidos a Occidente, no tenían combatientes preparados para defender su causa.
Los carmelitas, «fueron consiguiendo gota a gota el derecho de existir, a través de concesiones pontificias que les permitían ir integrándose en la trama de la sociedad» . El que la Orden del Carmen pudiera salir victoriosa de todas estas contiendas, los carmelitas lo han atribuido a la constante protección de la Virgen María, su Patrona. Si la Virgen cumplía su compromiso de protegerles, los carmelitas debían cumplir su compromiso de honrarla y servirla. Un modo de hacerlo era dedicarle todas las iglesias y conventos que fundaron en Europa, y celebrar en dichas iglesias una liturgia en la que se honrara a la Virgen María con el máximo esplendor y amor. Por ello la liturgia y la legislación de la Orden del Carmen a lo largo de los siglos se llenarán de preceptos y prácticas para avivar más y más la devoción a la Virgen María, hasta convertir a la Madre del Señor en el fin principal de su existencia. Nos dirá el P. Manuel Diego Sánchez: «Eran éstas unas relaciones mutuas de intercambio, en las que la continua protección y favor de la Señora del lugar hacia los Hermanos se tradujeron inmediatamente en un servicio de culto que expresaba su dedicación, devoción y agradecimiento, en una palabra, un servicio litúrgico como la expresión más plena de la consagración mariana» . Andrés Mastelloni (+1723), celoso cantor de María, describe lo que hacían los carmelitas de su tiempo para obsequiar a su Madre y Patrona:
A María prometemos nuestros votos, celebramos todas sus fiestas con octava, siete veces en todo el curso del año; nos preparamos con el ayuno a sus solemnidades; rezamos su oficio parvo y cantamos su Misa todos los días; dedicamos particularmente a su culto dos días a la semana, miércoles y sábados; un domingo mensual está destinado al recuerdo y agradecimiento de los favores de Ella recibidos al darnos su milagroso Escapulario; siete veces al día la saludamos arrodillados con el rezo de la Salve, terminando con Ella cada hora canónica; nuestros vestidos son una insignia suya; nuestra capa blanca es un testimonio de nuestra fe en su pura e Inmaculada Concepción; nuestra Regla es un trasunto de su vida; nuestra religión, por todo el mundo difundida, lleva por todo el mundo su santísimo nombre; nuestros predicadores tienen obligación por la Constitución de predicar sus glorias; […] cada uno de nosotros vive de tal suerte enamorado de Ella, que procura con el máximo empeño servirla, obsequiarla y propagar su devoción. […] Nosotros la reconocemos como nuestra inmediata Superiora, por lo que su imagen nos preside en el coro y ocupa el lugar más digno en el refectorio. […] Y en proclamación del dominio que Ella tiene, una vez al año, en la fiesta de su Purificación, llevamos su imagen, […] por toda la casa para que bendiga las oficinas, las celdas, los religiosos todos que, postrados a sus pies, le renovamos solemnemente nuestra profesión. […] Celebramos todas sus fiestas, […]; todos los días rezamos sus letanías en el coro, a continuación de la oración mental, y en los sábados y miércoles las cantamos solemnemente en la Iglesia delante de su imagen. Alimentamos a nuestros alumnos con la leche de su devoción. En una palabra, nos esmeramos de continuo en honrarla y procuramos ganarle los corazones de los cristianos que o frecuentan nuestras iglesias o hablan con nosotros, para que la amen, mostrándola, cual es en verdad, digna del amor de todas las criaturas .
De este modo a través de la liturgia, que los carmelitas han cuidado siempre con esmero, prestan su servitium u obsequium a la Virgen María. Al llevar a término las muchísimas prescripciones de los servicios litúrgicos contenidos en las leyes de la Orden, los carmelitas se encuentran de continuo con el pensamiento y el corazón vueltos hacia María.
La Orden del Carmen al esmerarse en ofrecer un culto litúrgico digno de su Patrona, contribuirá a que progresivamente el amor a la Virgen María arraigue cada vez más profundamente en el corazón de los carmelitas, y se hará sustancia de su espiritualidad, e iluminará todos los aspectos de su existencia. De este modo, la mariología de Juan de Baconthorp († 1348), rebasa los límites de un culto externo, expresado en formas litúrgicas, y se asienta en la conformidad con la vida de María. Ella es el modelo perfecto del carmelita, convirtiéndose en Regla. Sus principios fundamentales son honrar y glorificar a María, servirla e imitarla, conformándose con Ella. Dirá: «La vida al servicio de la Virgen exige del carmelita que trate de imitarla en sus virtudes, ya que la conformidad con su vida es la mejor forma de glorificación. […] Todos los actos del carmelita deben centrarse en la glorificación de la Virgen, pues para este fin ha querido Dios su Orden» .
Arnaldo Bostio († 1499), gran mariólogo, que repensó la devoción mariana de la Orden con amplios horizontes y con sincero afecto, consideraba el signo de la protección de María le debe seguir la respuesta del Carmelo hacia la Madre «amabilísima», repuesta hecha de amor y de imitación. Él dirigirá a la Virgen una súplica ardiente donde se refleja lo que María significa para un carmelita:
Postrados ante Ti, oh Fundadora venerabilísima de la familia carmelitana, nosotros, todos los que habitamos en la montaña, abrevamos nuestros corazones en tus fuentes, nos reconocemos ingenuamente dirigidos por tu mano, ayudados por tus socorros, esclarecidos por tu luz, transformados en Ti, y nuestra vida en la tuya. Quédate con nosotros, oh Señora nuestra, María: buscamos un refugio en tu seno; hace falta que la Madre more con sus hijos, la Maestra con sus discípulos, la Abadesa con sus monjes .
Más tarde, en la reforma turolense, cuando sus directorios expusieron abundantemente la doctrina de Bostio insistieron en la idea de que todas las cosas carmelitas pertenecen al dominio y propiedad de la Virgen; el carmelita incluso debe depositar sus propios méritos en manos de su Madre y Patrona y ofrecerlo todo a Dios por su mediación. Este acto de despojo total favorece la unión del carmelita con Dios y la irrupción de la vida divina en él. Serán miembros insignes de la reforma turolense (s. XVII) Miguel de San Agustín y María Petijt. Director y dirigida llevarán a alturas místicas la doctrina de la unión con Dios por medio de María. Ellos, a través de «la vida marieforme», han enriquecido la mariología de toda la Iglesia con su doctrina de vivir «en unión con María» y hacerlo todo «con María, por María, en María y para María», para que Ella nos lleve a hacerlo todo «con Jesús, por Jesús, en Jesús y para Jesús» .
La mariología de la Orden se irá profundizando ante todo a través de sus santos. María es el modelo de perfección en el camino místico, explorado por Teresa de Jesús y Juan de la Cruz (s. XVI). María es el camino de santidad: Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Edith Stein, Tito Brandsma (s.XIX-XX). El Vaticano II propondrá contemplar a María en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Esta dimensión había sido vivida con anterioridad por Francisco Palau.
La mariología de la Orden se podría sintetizar no solo en la imitación de la vida y de las virtudes de la Virgen María como la mejor devoción sino que, a su vez, ella es la Madre y la Hermana con la cual se establece ante todo una relación de amor filial y fraternal. Se trata de dejar que, por medio del Espíritu Santo, en nosotros se reproduzca el amor de Jesús a su Madre, y de que, por nuestro medio, Jesús siga «amando a su Madre sobre la tierra, y al mismo tiempo la hace feliz con su amor en el cielo».
La Orden del Carmen ha ostentado siempre en la Iglesia el título específico de Orden de María. Desde los primeros tiempos de la Orden del Carmelo, existe una conciencia de que el culto a la Sma. Virgen María y su propagación pertenecen a la misma misión de la Orden dentro de la Iglesia . De este modo la Orden del Carmen, por la gracia del carisma que le ha sido dado de participar del amor de Jesús a su Madre, ha contribuido, contribuye y contribuirá a hacer realidad de un modo particular las palabras proféticas del Magníficat: «Me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1, 48).
Desde el principio, la Orden del Carmen celebró con gran fervor las fiestas marianas comunes de la Iglesia o sea: las fiestas de la Anunciación, Asunción, Natividad y Purificación. Particular relieve dieron los carmelitas también a la celebración de la Inmaculada Concepción, aunque no estuviera prescrita como obligatoria por la liturgia de la Iglesia. Junto a estas celebraciones marianas, y a otras celebraciones marianas que se fueron introduciendo en el calendario propio de la Orden, siempre, en el sábado, se hacía “conmemoración de Santa María”.
Se sabe que los carmelitas de las primeras generaciones no tenían una fiesta del propio fundador o patrono, como lo tenían las demás órdenes. Esto les llevó a celebrar a María como Señora y Patrona, incluso en el sentido de fundadora. Para honrarla, cada convento elegía una fiesta de la Virgen para celebrar su fiesta patronal.
Ante tan constante y poderosa protección de la Virgen María, en la segunda mitad del siglo XIV se inició en Inglaterra la Solemne Conmemoración anual de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, para dar gracias a la "Patrona" por todos los beneficios recibidos por la Orden a lo largo de su historia, ante todo, por dos hechos esenciales que permitieron la supervivencia de la Orden: la aprobación de la misma (después de la decisión del Concilio II de Lyon) y la victoria conseguida en la Universidad de Cambrigde acerca del título mariano de la Orden . Se eligió el 17 de julio, como fecha de esta conmemoración.
En un principio esta conmemoración anual de la Virgen María era una celebración realizada con mayor solemnidad que la conmemoración semanal a sabática de la Virgen María: algo semejante a lo que es la Pascua anual comparada con el domingo o pascua semanal. El recuerdo de los favores recibidos por la Orden de la misma Virgen María en cada una de estas conmemoraciones anuales hacía como de vibrante pregón de dichos beneficios.
Un pregón que adquirió carácter de celebración litúrgica de un “recuerdo-agradecido”. Recuerdo de la eficaz y poderosa mediación de María, a la vez que agradecimiento a la Madre y Patrona. Este día fue también escogido por los carmelitas para renovar su donación y consagración a Ella .
Un breviario-misal, escrito entre 1373-93, reza así: «Oh Dios, que te has dignado honrar a esta Orden humilde y predilecta con el título de la excelentísima Virgen y Madre tuya María, y has obrado milagros en su favor; concede propicio, que los que celebramos devotamente su conmemoración, merezcamos al presente ser fortalecidos con su auxilio y gozar después de la gloria eterna» . Con el transcurso de los años, el carácter de la fiesta patronal vinculada al marianismo de la Orden se acentúa cada vez más, enriqueciéndose con nuevos textos litúrgicos, en los que se invoca a María con frases muy tiernas y expresivas. Por ejemplo: «Oh Patrona feliz, que nunca has dejado de sernos propicia a tu amada familia […]; Lámpara de luz celestial, medicina para todos los males, mediadora poderosa nuestra […]; Oh Señora y Patrona amorosa del Carmelo», etc., etc. Y finalmente, después de evocar la excelencia del título mariano de la Orden pregonado por esta Solemnidad, se termina así: «La presente Festividad nos mueva a aumentar más y más la devoción a tan excelsa Patrona. El título de Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, con que somos honrados por aprobación eclesiástica, es un timbre de gloria para nosotros» .
De este modo, en los siglos XIV-XV se difunde la referencia a este “día de la Orden” o fiesta patronal para recordar y agradecer a la Virgen María los beneficios recibidos por su maternal intercesión. A finales del siglo XV pasará esta celebración solemne al día 16 de julio .
A partir de la segunda mitad del s. XVI y durante el s. XVII, se vinculará la Conmemoración Solemne de la Virgen María del Monte Carmelo con el privilegio de la Promesa o Entrega del Santo Escapulario, como resumen de todas las gracias recibidas de parte de la Virgen María. Con esta nueva ampliación del sentido primigenio que tenía la Conmemoración Solemne de santa María ahora, como “fiesta del hábito”, será celebrada como fiesta patronal por una multitud de “cofradías” mariano-carmelitanas que con su agregación a la Orden, participaban de los beneficios espirituales de toda ella y, por esto formaban parte de la fraternitas Ordinis.
El fenómeno de la agregación de los laicos a la Orden del Carmelo está ya presente en la segunda mitad del siglo XIII. Este tipo de agregación consistía en la participación en los beneficios espirituales de toda la Orden, que era ofrecida como gesto de reconocimiento a los bienhechores de la misma. El medio a través del cual se realizó esta agregación fueron las denominadas “cartas de afiliación o de hermandad”. En el momento de la agregación, se les daba la capa blanca, no el vestido o escapulario; una norma jurídica lo prohibía, puesto que llevar el vestido de una Orden (el escapulario) equivalía la entrada en la vida religiosa con todas las obligaciones de la profesión solemne.
En su origen, la visión de Simón Stock, en los siglos XIV-XV, lleva un mensaje exclusivo para los frailes; sucesivamente, en el curso del siglo XV, el sentido de esta visión también se hace extensivo a los laicos. Es en este siglo cuando aparecen, a la sombra de las iglesias carmelitas, cofradías de la Virgen que asumen como distintivo el escapulario. De este modo se aplica a los laicos la narración de la visión de san Simón Stock y la “bula” del papa Juan XXII, en cuanto a los “privilegios” (la salvación eterna y la liberación del purgatorio en el primer sábado después de la muerte). La extensión a los laicos de los beneficios e indulgencias de la Orden del Carmen, incluyendo en ellas los “privilegios” , promoverá la difusión del Escapulario del Carmen a toda la Iglesia.
La “Fiesta del Hábito” o Escapulario, por su propia vitalidad interna, al ser este portador de un mensaje, no solo atractivo para el fiel católico, sino que incluía la constatación de verdaderos milagros a favor de los que llevaban el escapulario carmelitano, algunos de ellos eran recopilados en libros que se divulgaban en el pueblo fiel, empezó a propagarse y a extenderse por las diversas regiones del Orbe católico.
Nos dirá Bartolomé Mª Xiberta, quien tanto investigó el tema del Escapulario del Carmen: «De tal forma creció la devoción del santo Escapulario del Carmen que, junto con el santo Rosario, se convirtió en forma universal de piedad mariana. Los fieles, en efecto, desde hace siglos visten el Escapulario por toda la redondez de la tierra… De aquí que invoquen a la Sma. Virgen del Carmen y a Ella le dediquen templos, ciudades, grupos humanos y naciones enteras» .
Pío XII -cofrade del Escapulario del Carmen desde niño-, quizás sea quien mejor ha sabido expresar el significado y la difusión del santo Escapulario del Carmen en la Iglesia. Nadie ignora ciertamente de cuánta eficacia sea para avivar la fe católica y reformar las costumbres, el amor a la Santísima Virgen Madre de Dios, ejercitado principalmente mediante aquellas manifestaciones de devoción, que contribuyen en modo particular a ilu¬minar las mentes con celestial doctrina, y a excitar las voluntades a la práctica de la vida cris¬tiana. Entre éstas debe colocarse, ante todo, la devoción del escapulario de los carmelitas, que, por su misma sencillez al alcance de todos, y por los abundantes frutos de santificación que aporta, se halla extensamente divulgada entre los fieles cristianos. [...]
Y, en verdad, no se trata de un asunto de poca importancia, sino de la consecución de la Vida eterna en virtud de la promesa hecha, según la tradición, por la Santísima Virgen; se trata, en otras palabras, del más importante entre todos los negocios y del modo de llevarlo a cabo con seguridad. Es, ciertamente, el santo escapulario una como librea, prenda y señal de protección de la Madre de Dios. Mas no piensen los que visten esta librea que podrán con¬seguir la salvación eterna abandonándose a la pereza y a la desidia espiritual, ya que el Após¬tol nos advierte: "Obrad vuestra salvación con temor y temblor” (Filip., 2, 12).
Todos los carmelitas, por tanto, así los que militan en los claustros de la primera y segunda Orden, como los afiliados a la tercera orden regular o secular, y los asociados a las cofradías que forman por un especial vinculo de amor una misma familia de la Santí¬sima Madre, reconozcan en este memorial de la Virgen un espejo de humildad y castidad; vean en la forma sencilla de su hechura un compendio de modestia y candor; vean, sobre todo, en esa librea que visten día y noche, significada con simbolismo elocuente la oración .
En la segunda mitad del siglo XVII, habiendo llegado a feliz término la espontánea difusión del santo Escapulario, será concedida su celebración por la Santa Sede a diversos reinos y naciones que lo solicitaban. Ello preparará el camino para que por medio de Benedicto XIII con bula del 24 de octubre de 1726, se hiciera extensiva a la Iglesia universal la fiesta litúrgica de la Virgen del Carmen. Este hecho hizo que, finalmente se difundiera la fiesta del Carmen a toda la Iglesia. La reforma del calendario romano, efectuada después del Concilio Vaticano II, mantiene para toda la Iglesia la memoria facultativa de la Virgen del Carmen el 16 de julio. Pablo VI, en Marialis Cultus dirá: «Por más que el Calendario Romano restaurado pone de relieve sobre todo las celebraciones mencionadas... incluye, no obstante, otro tipo de memorias o fiestas... celebradas originalmente en determinadas familias religiosas, pero que hoy, por la difusión alcanzada pueden considerarse verdaderamente eclesiales (16 julio: la Virgen del Carmen; 7 de octubre: la Virgen del Rosario)».
La Santísima Virgen del Carmen es actualmente reconocida y venerada como especial Patrona por las Repúblicas de Chile, Bolivia, Colombia, y por la Marina española. El pueblo, con una creatividad extraordinaria, a través de fiestas llenas de belleza y transidas de amor, no deja de honrar a la Virgen María bajo la advocación del Carmen. El pueblo le agradece tantas gracias que Ella por su mediación materna ante su Hijo, ha obtenido en el pasado, se las suplica en el presente con fe, confianza y amor y se las suplicará en el futuro, tanto por las necesidades individuales como colectivas, con la confianza firme de ser escuchados, porque su fe se apoya sobre la roca firme del amor maternal de María hacia los hijos de su Hijo, un amor indestructible y poderoso a la vez, porque tiene su fuente en la Santísima Trinidad.
Cuántas personas, de todos los siglos y del presente, reafirman las palabras del siervo de Dios Bartolomé Mª Xiberta: «El hombre entra en esta devoción prendido del exceso de amor que le manifiesta María... Ella derrocha amor... amor de Madre. Y las almas, vencidas, cambian el amor con amor. Así obra el bien y huye el mal... Subyugados por el amor que nos mostró María... no buscamos otra cosa sino corresponder, con una vida santa, a tanto amor. Amando, fuerza a ser amada». En un principio la fiesta del Carmen, en su evolución a través de los siglos, «es comparable a la parábola evangélica del grano de mostaza pequeño, si, en un principio, empero tan grande después, que llega a convertirse en un corpulento y frondoso árbol que extiende sus ramas por todo el mundo, a donde van a posarse y cobijarse las almas todas de los creyentes y devotos de María y de su bendito Escapulario» .
Los carmelitas no solo sirven a la Virgen obsequiándola con una liturgia transida de amor a Ella, o con la dedicación de los conventos y las iglesias donde habitan, sino que, con las oraciones que han dirigido y dirigen a Dios y con su entrega a la obra evangelizadora, colaboran en la misión más importante que la Virgen asumió a los pies de la Cruz, la de ser corredentora. Y un modo de trabajar apostólicamente en esta causa será la difusión del santo Escapulario.
Por los frutos se conoce el árbol (Lc 6,44). Y es enorme la abundancia de frutos espirituales, a lo largo de los siglos y en todo lugar, de que serán objeto los que vistan el santo Escapulario del Carmen, entre ellos: conversiones incluso de pecadores empedernidos, mejoramiento de la vida cristiana, ser librados de peligros de alma y cuerpo… Ello lo recordará Pío XII a los carmelitas reunidos en el Congreso Internacional celebrado en Roma en 1950: «¡Cuántas almas han debido, en circunstancias humanamente desesperadas, su suprema conversión y su eterna salvación al Escapulario del que se hallaban revestidas! ¡Cuántas igualmente en los peligros de cuerpo y alma han experimentado, gracias a él, la protección maternal de María! La devoción al Escapulario ha hecho correr sobre el mundo un río caudaloso de gracias espirituales y temporales» .
Esta realidad, constatable históricamente, nos hace preguntarnos por el origen del Escapulario del Carmen, ya que las gracias concedidas, por mediación de María, a los que llevan el Escapulario del Carmen, muestran una protección particular de la Madre del Señor, que no ha mostrado prodigar mediante otros escapularios de otras Órdenes religiosas, o por medio de otras advocaciones marianas. Siglos más tarde, por las gracias que experimentaban los que llevaban la medalla con la inscripción «¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!», distribuía en Francia en la primera mitad del siglo XIX , más tarde llamada “medalla milagrosa”, las gentes se preguntaban por el origen de aquella medalla. Luego se supo que, en 1830, la Virgen María en dos apariciones a santa Catalina Laboré, en la calle du Bac de París, se la mandó acuñar, y prometió que todas las personas que la llevaran con confianza recibirían muchas gracias.
La rapidez con la cual esta medalla se propagaba y las gracias singulares que los fieles obtenían con su confianza hicieron hizo que el arzobispo de París, Mons. De Quelen, mandara realizar una investigación oficial sobre el origen de la medalla de la calle du Bac. Llegará a la conclusión de «que las gracias que obtienen del cielo los fieles que llevan esta medalla, parecen verdaderamente los signos por los cuales el Cielo ha querido confirmar la realidad de las apariciones, la veracidad del relato de la vidente y la difusión de la medalla» . En Roma, a raíz de la conversión del judío Ratisbona, el papa Gregorio XVI confirmaba con su autoridad las conclusiones del Arzobispo de París. La difusión por todas partes de la “Medalla Milagrosa”, suscitó un gran movimiento de fe, que culminaría con la proclamación del Dogma de la Inmaculada.
Análogamente a la “Medalla Milagrosa”, podemos decir que debe haber existido un don particular de la Virgen María en el don del Escapulario del Carmen, para que ocasione tales frutos espirituales en quien lo lleve con devoción. Podemos decir como el jesuita Teófilo Raynaud (+1663) quien, en su defensa del Escapulario, nos obsequió con esta frase áurea: «El Escapulario del Carmen es una hoguera de amor encendida con una chispa salida del Corazón de María» .
Nos recordaban los Superiores Generales P. Joseph Chalmers, y el P. Camilo Maccise: «La aceptación del Escapulario puede ser punto crucial en la historia de la conversión de individuos y de comunidades. […] Quienes llevan el Escapulario expresan que no son autosuficientes, y que necesitan la ayuda divina que, en este caso, la buscan mediante la intercesión de María» .La tradición venerable de la Orden del Carmen nos dice que san Simon Stock, a través del bellísimo canto Flos Carmeli, suplicaba la protección de la Virgen sobre la Orden del Carmen. La respuesta a esta súplica es la aparición de la Virgen, llevando en sus benditas manos el Escapulario de la Orden, y diciendo estas palabras: «Este será el privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él, se salvará» .
No se conoce ni el lugar ni la fecha de la aparición. Esta narración se difunde muchísimo en el siglo XV, y de ella se tienen diversas versiones en los documentos antiguos. Por los frutos producidos, hay en esta narración un núcleo de verdad. He aquí los puntos comunes entre las versiones de la visión: la oración de Simón a la Virgen (el “Flos Carmeli”); la aparición de la Virgen con el escapulario; las palabras que le dirige al santo («Para ti y para todos los carmelitas este será un privilegio. Quien muera con él no sufrirá las penas del infierno, esto es, se salvará»).
La Virgen, en esta aparición que la crítica histórica no permite rechazarla como falsa , podemos constatar que va más allá de la petición de san Simón Stock. En la súplica Flos Carmeli, le pide a la Virgen: «A los carmelitas da privilegios, estrella del mar»; es decir, su protección sobre la Orden para que ésta pudiera subsistir en la Iglesia. La Virgen, además de proteger a la Orden, promete proteger a los carmelitas. Con la agregación posterior de los laicos a la Orden del Carmen, este privilegio se hará extensivo a ellos.
La difusión del Escapulario será fecundada por la oración y el apostolado de los carmelitas; con la oración por la salvación de los pecadores, o por su súplica a la Virgen para que haga fecunda la difusión del santo Escapulario, protegiendo y ayudando al que lo lleve dignamente. María, en su intercesión constante ante su Hijo, alcanzará gracias y dones para sus hijos e hijas, llevándolos a la plenitud de la fe cristiana. Estos, acogiendo plenamente la redención de Cristo, tienen como fruto la salvación eterna, objeto de la promesa del santo Escapulario. Los carmelitas llevarán a término una labor de catequización sobre el significado del mismo, reunirán los laicos en cofradías y asociaciones para ayudarlos a vivir evangélicamente, les alentarán para que vivan un amor filial y confiando en la protección de María. De este modo los carmelitas, además de honrar a María con una bella liturgia, colaborarán con Ella en hacer fecunda la redención de Cristo a través de la difusión del Santo Escapulario y de la atención espiritual de las cofradías.
En estos más de siete siglos en los cuales la “venerable tradición del Carmelo”, sitúa la donación del Santo Escapulario, han sido tan grandes las gracias que han experimentado quienes llevaban el santo Escapulario del Carmen, que ha tenido una divulgación en la Iglesia, como posiblemente ningún otro sacramental haya tenido. Ello será recordado por san Juan Pablo II en la carta que dirigió a los Superiores Generales de la Orden del Carmen con ocasión del año Mariano Carmelitano, que conmemoraba el 750 aniversario de la entrega del Escapulario: «Este valioso patrimonio mariano del Carmen se ha vuelto, andando el tiempo, mediante la difusión de la devoción al Santo Escapulario, un tesoro para toda la Iglesia. Por su sencillez, por su valor antropológico y por su relación con la función de María para con la Iglesia y la Humanidad, esta devoción ha sido honda y ampliamente acogida por el Pueblo de Dios hasta el punto de hallar su expresión en la memoria del 16 de julio, presente en el Calendario Litúrgico de la Iglesia universal» (n. 5).
Era tan grave el momento eclesial en el siglo XV y XVI que se podría clasificar como uno de los más críticos de la Iglesia católica en toda su historia. La reforma de Lutero se había extendido por toda Europa: se había consolidado en Alemania; Inglaterra, con el cisma, se había separado de Roma; en Francia, los hugonotes estaban a punto de hacerse con ella. Si el calvinismo lograba este fin, la Iglesia católica quedaba reducida a las dos penínsulas del sur de Europa, y en España empezaba a haber núcleos de luteranos. Además en el Este existía la grave amenaza turca que quería extender el islam en Europa.
En este período tan crítico, los carmelitas en Europa redoblaron sus esfuerzos por divulgar el santo Escapulario, de modo que durante el siglo XVI se propagó: «Como un río que se desbordaba, arrastrando consigo toda suerte de obstáculos, se difundió por todo el orbe como la más excelente devoción del catolicismo que, en unión con el rosario, se oponía al espíritu antimariano, individualista y antieclesiástico del protestantismo» . Es en este contexto en el cual se puede enmarcar la acción difusora del escapulario del P. Rubeo en su visita a España: «El P. General rebosa de alegría por haber distribuido entre los fieles de España y Portugal 200.000 inscripciones a la Cofradía del Santo Escapulario».
Pero para hacer frente al grave momento eclesial no era suficiente la difusión del santo Escapulario, era preciso llevar a término obras apostólicas de mayor envergadura. Doña Teresa de Ahumada, monja carmelita del monasterio de la Encarnación de Ávila, será elegida por la Providencia Divina, no para difundir el santo Escapulario, reuniendo a los fieles en cofradías, sino en la formación de carmelitas reuniéndolos en conventos de la primera y segunda Orden, pero también dirigiendo espiritualmente a laicos, entre ellos a su hermano Lorenzo Cepeda. Ello tendrá lugar después de que ella hiciera el propósito firme de «seguir el llamamiento que Su Majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese» (V 32, 9). En este momento se dará en ella la reviviscencia de la gracia inherente a su profesión religiosa para vivir y hacer fecundo el carisma del Carmelo en la Iglesia.
Es en este momento crítico de la historia de la Iglesia cuando se hacen realidad las palabras de san Pablo: «Cuanto más creció el pecado, tanto más abundante fue la gracia de Dios» (Rm 5, 20). Se da en santa Teresa de Jesús, por la acción del Espíritu Santo, una doble profundización en la gracia inherente en el carisma del Carmelo. Por una parte, la vivencia de la mariología de la Orden, dejando plasmar el espíritu de María en su vida; y por otra parte, darle dimensión apostólica a la oración contemplativa del carmelita.
El Espíritu plasma en Teresa de Jesús el espíritu de María
A través de sus escritos se puede evidenciar cómo la Madre Teresa de Jesús asimiló la mariología de la Orden; con ellos podríamos reescribir la mariología del Carmelo. En estos escritos podemos contemplar una relación de profundo amor reverencial a la Virgen María ya desde niña (V 1,1), amor que se acrecienta en el Carmelo; una confianza filial plena en su ayuda y protección tanto en su vida particular (V 1,7) como en los asuntos de la Reforma (Cta, 202,4). También se constata que la Santa hará vida el lema de la Orden: Carmelus totus marianus, (El Carmelo es todo de María); La Madre Teresa referirá como perteneciente a María: la Regla (V 36, 26), el hábito (F 28, 35), sus monjas (F 16, 7), sus frailes (F 23,10), sus monasterios (F 4,5). María también es presentada por ella como el modelo de toda carmelita: «Plega a Nuestro Señor, hermanas, que nosotras hagamos la vida como verdaderas hijas de la Virgen y guardemos nuestra profesión» (F 16,7). No dudará en hacer bien palpable que la Virgen es la Priora del Monasterio de la Encarnación y ella, una más de las que procuran obedecerla, haciendo vida sus mandatos para gloria de Dios y bien de su Orden.
No solo vive Teresa de Jesús toda la mariología del Carmelo, sino que vemos en ella una profunda marianización, es decir, el Espíritu Santo derrama en Teresa el espíritu de María, de modo que sus sentimientos, sus intereses, sus ideales son los mismos que los de la Virgen: ayudar en aquel momento crítico al Señor, identificando las persecuciones que sufre la Iglesia con los sufrimientos de Cristo. Teresa de Jesús estará firmemente persuadida de que servir a la Orden es servir a la Virgen Santísima y, para ayudar a su Orden, lo arriesgará todo, es decir, dejará su buena celda de la Encarnación y la seguridad jurídica que le daba la profesión religiosa realizada allí, para fundar, en medio de mucha contradicción, un pequeño monasterio donde «se guardase esta Regla de nuestra Señora y Emperadora con la perfección que se comenzó» (C 3, 5). Y esto lo llevará a cabo con interés, solicitud, abnegación; ninguna dificultad será suficiente para que la Madre Teresa deje de llevar a cabo esta misión que se le ha encomendado, en tal alto grado que Cristo se lo agradecerá: «Vi a Cristo que con grande amor me pareció me recibía y ponía una corona y agradeciéndome lo que había hecho por su Madre» (V 36,24).
Participando del espíritu de María, ejercerá sobre los miembros que ingresarán en el Carmelo Descalzo una verdadera maternidad espiritual. Los alentará en el seguimiento de Jesús, como María en Caná: «haced todo lo que El os diga» (Jn 2,5), para llevar a todos sus hijos e hijas a las cumbres más altas de la unión con Dios Trinidad; para que, dejándose transfigurar por el Espíritu Santo, Cristo en ellas interceda al Padre, y conceda gracias que contribuyan eficazmente a la reconstrucción interna de la Iglesia, la cual se llevará a cabo, ante todo, con la reforma de los pastores. Reformándose ellos según el espíritu del Evangelio, contribuirán a la reforma del entero cuerpo de Cristo. La Virgen María ha sido invocada por la Iglesia como Reina de la Paz y Auxilio de los cristianos. Constatamos como la Madre Teresa asume plenamente estas dos grandes peticiones que la Iglesia dirige a la Virgen, comprometiéndose con todas sus capacidades en aliviar la situación de la Iglesia católica perseguida en Europa. Orando y alentando a orar por los defensores de la Iglesia, promoverá la pacificación de las guerras de religión que ensangrentaban Europa y, como recordará Edith Stein, sus oraciones impedirán que estas guerras de religión se extiendan a España.
La Madre Teresa asumirá la misión corredentora de la Virgen, suplicando al Padre que, por la muerte y pasión de su Hijo, conceda la salvación eterna a la humanidad. A su vez asumirá, como la Virgen María, la misión de orar por el aumento de los hijos e hijas de la Iglesia, fortaleciendo con su oración a los misioneros, y la acogida de la Buena nueva de Jesucristo por parte de los que son evangelizados. Recordemos que la Madre Teresa no solo ella oraba, sino que procuraba que las hermanas «se aficionasen al bien de las almas y el aumento de su Iglesia» (F 1, 6). Después de la plática de fray Alonso Maldonado donde les expuso la situación de las Indias (América), de «los millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina» (F 1,7). La Madre Teresa, como ella misma nos dirá: «quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí. Fuíme a una ermita con hartas lágrimas; clamaba a Nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio» (F 1, 7). El medio se lo dará el Señor a través del P. General de la Orden, el P. Rubeo, quien le mandará que funde tantos monasterios como el de san José como cabellos tuviera en su cabeza. La Madre Teresa hasta el resto de sus días, entre mil dificultades, fundó palomarcitos de la Virgen, donde las carmelitas descalzas con sus oraciones junto con las suyas alcanzasen de Dios la evangelización de América , oraciones verdaderamente fecundas, convirtiéndose hoy América Latina en la gran esperanza de la Iglesia católica.
Contemplando los frutos que ha dado en santa Teresa de Jesús su opción de vivir la vocación del Carmelo «guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese» (V 32,9), podemos constatar que ser carmelita no solo es dar todo a María y obsequiarla con una bella liturgia, sino que también es vaciarse de sí mismo y dejar que el Espíritu Santo derrame en nosotros el espíritu de María, de modo que sea Ella en nosotros la que, con toda determinación, lleve a los que Dios le da al seguimiento de Cristo, preocupándonos de la Iglesia como si fuera cosa propia, orando, sacrificándose y trabajando apostólicamente -si fuera el caso-, en los grandes temas que la Iglesia suplica la ayuda e intercesión de la Virgen María.
Dará dimensión apostólica a la oración contemplativa del Carmelo
La Madre Teresa era plenamente consciente de que el carisma del Carmelo es un carisma contemplativo: «Todas las que traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a la oración y contemplación (porque este fue nuestro principio, de esta casta venimos, de aquellos santos Padres nuestros del Monte Carmelo, que en tan gran soledad y con tanto desprecio del mundo buscaban este tesoro, esta preciosa margarita)» (5 M 1,2). El carmelita siempre debe estar disponible «al encuentro con el Señor, dejándose tomar y conducir por El y gozando de Su presencia buscada y experimentada en la realidad de la vida, en lo cotidiano […] para ver la realidad con sus ojos y amarla con su corazón» . Este ideal del “vacare soli Deo” propio de la Orden del Carmelo, Teresa de Jesús lo expresará con palabras propias, «No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8, 5).
Pero en Teresa de Jesús se dará una profundización de una virtualidad inherente en el carisma del Carmelo. Este se podría ejemplarizar con el comportamiento de Elías en el monte Horeb, cuando se encuentra en la presencia de Dios, de forma mucho más sublime que en la que antaño se encontró Moisés (Ex 19, 18-20). Pues Elías no reconoce la presencia de Dios en los rayos y truenos, sino en “la brisa suave” (1 Re 19,12), que rememora la amistad que el hombre gozaba con Dios antes del pecado en el paraíso, cuando dialogaba con El «a la hora de la brisa» (Gn 3, 8). Elías no permanecerá en esta presencia de Dios de forma análoga a como los tres discípulos de Jesús deseaban vivirla en el Monte Tabor: «¡Maestro, qué bien que estamos aquí! Hagamos tres cabañas en este lugar» (Lc 9, 33). Sino que su diálogo con Dios es para recordarle la situación crítica en la que se encontraba la fe de su pueblo en El. Elías le dice por dos veces: «He tenido mucho celo por el Señor, Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas» (1 Re 19, 14). Esta nos parece que es la virtualidad del carisma que se profundizará en Teresa de Jesús y, con ella, en toda la reforma del Carmelo Descalzo por ella fundada, que a su vez fecundará no solo a la Orden del Carmen sino a la misma Iglesia.
La Madre Teresa añadirá a la contemplación de Dios, o fruto de ella, ya que la hace sensible a las necesidades más profundas de la Iglesia doliente, el ser intercesora ante Dios, principalmente por la Iglesia, pero en particular por el ministerio Ordenado y por la salvación de las almas. Ello es una participación de la misión redentora del Hijo y de la misión de dinamizar y fortalecer a la Iglesia propia del Espíritu Santo. Teresa de Jesús con corazón ardiente, lleno de celo por la gloria de Dios, como un nuevo Elías, sus súplicas, hechas muchas veces con lágrimas, serán para pedir a Dios por las grandes necesidades de la Iglesia, «Ya, Señor, ya ¡haced que se sosiegue este mar! No ande siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia, y salvadnos, Señor mío, que perecemos (C 35, 5). «Favoreced vuestra Iglesia. No permitáis ya más daños en la cristiandad, Señor. Dad ya luz a estas tinieblas» (C 3, 9), en aquel momento crítico en que se dan «tan grandes males que fuerzas humanas no bastan a atajar este fuego de estos herejes» (C 1, 3).
Pero a diferencia de Elías, Teresa de Jesús no intercederá sola ante Dios, sino que lo hará a semejanza de los eremitas latinos del Monte Carmelo, que buscaron formar comunidad orante para que fuera más poderosa ante Dios su intercesión por la conservación de la heredad de Cristo, para que no cayera en manos del islam, y que este no pudiera conseguir su propósito de convertirse en la única religión de la faz de la tierra.
La misión que Dios le dará a la Madre Teresa no es que solo ella ore con todo su ser por el bien de la Iglesia, sino también que forme a las vocaciones que el Espíritu Santo le dará para que participen del espíritu intercesor que le ha sido donado a ella. Pues para alcanzar la gracia de la santidad del ministerio ordenado, la oración de una sola persona, incluso de la más santa, se muestra impotente. Ello nos lo muestra la ardiente oración de santa Catalina de Siena por la jerarquía eclesial de su época, pero que no consiguió su mejoramiento; tampoco lo consiguió santa Teresa del Niño Jesús quien toda su vida de carmelita, hasta su último aliento, la tendrá ante todo ocupada en suplicar a Dios la conversión de un carmelita descalzo que había apostatado de la fe católica, pero no consiguió su conversión.
Alcanzar de Dios la conversión y el mejoramiento del ministerio ordenado, es una misión colectiva. Teresa de Jesús hará de la intercesión por los sacerdotes algo institucional, la principal misión de sus hijas, las carmelitas descalzas, y esta misión la deja plasmada en Camino de Perfección con rasgos fuertes e indelebles «todas ocupadas en oración por los que son defendedores de la Iglesia y predicadores y letrados que la defienden» (C 1, 2). A su vez instará a sus monjas para que «de todas las maneras que pudiéramos, lleguemos almas para que se salven (7 M 4, 12). Éste será, según Teresa de Jesús el servicio prioritario por excelencia de todos los que se pueden ofrecer a Dios, «pareciéndome que precia más un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos, mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer» (F 1, 7).
Podemos constatar cómo a través de santa Teresa de Jesús, se da una actualización de la misión dada por María a la Orden del Carmen, que es la de orar, sacrificarse y trabajar en la salvación eterna de la humanidad, uniéndose a Ella al pie de la Cruz para hacer fecunda la redención de Cristo quien, por obediencia al Padre, aceptó la muerte en cruz, para atraer a todos a Sí, «para que todo el que crea en El tenga vida eterna» (Jn 3,15). Ello tendrá lugar tanto por la difusión del santo Escapulario como por medio de la oración y los sacrificios, o trabajando apostólicamente en este ámbito. De este modo, los caminos por los que el Espíritu conducirá a santa Teresa de Jesús y, con ella, a toda la Reforma del Carmelo por ella fundada, será para darle una fecundidad renovada a la gracia del Santo Escapulario, que es la salvación eterna y la santidad de los que lo llevan.
La contemplación del atributo divino de la Misericordia
Para poder llevar a término con verdadera fe la misión del Carmelo de ayudar a Santísima Virgen María en hacer fecunda la redención de su Hijo, -realizada ante todo en su pasión y muerte en la cruz-, implorando la salvación eterna incluso de los grandes pecadores, se hace necesario profundizar teológicamente en el misterio de la misericordia de Dios. Cuando Dios hace conocer su nombre a Moisés, revelando de este modo algo de sí mismo, se revela como misericordioso: «El Señor, el Señor, Dios clemente y misericordioso, tardo para la ira y lleno de lealtad y fidelidad, que conserva su fidelidad a mil generaciones y perdona la iniquidad, la infidelidad y el pecado, pero que nada deja impune» (Ex 34, 6-7).
La misericordia es un rasgo esencial del obrar de Dios para con el pueblo de Israel . La historia del amor de Dios hacia Israel es una historia de misericordia, ya que la relación de Israel con Dios ha sido a menudo de ingratitud y de infidelidad. Es en la dolorosa experiencia del pecado donde se experimenta la dulzura de la misericordia divina. De este modo, el misterio de la bondad de Dios se profundiza en misericordia, mediante promesas de salvación a pesar del pecado y de la infidelidad. En ocasiones se le recuerda al pueblo de Israel que Dios tendrá misericordia como lo había prometido a sus padres (Dt 30, 3); en otras, se implorará a Dios para que ejerza misericordia para con su pueblo, que ha pecado, para que le perdone los pecados y lo bendiga (Nm 14,19).
El pueblo de Israel creerá firmemente que «grande es su misericordia» (2S 24,14; Si 2,18), por ello se dirige confiado a Dios por medio de la oración, tanto individualmente como colectivamente, para que El Dios tenga piedad conforme a su gran misericordia (Ne 13,22). El hombre es invitado a ser misericordioso (Mi 6,8) y a alabar a Dios «porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (Dn 3,89). El libro de la Sabiduría da razón de la misericordia de Dios: «Tienes misericordia de todos porque todo lo puedes, y pasas por alto los pecados de los hombres para llevarlos al arrepentimiento» (Sb 11,23).
En el Nuevo Testamento, se proclama solemnemente en el Magníficat: «Su misericordia alcanza de generación en generación a todos sus fieles» (Lc 1, 50). Con el nacimiento del Mesías, el Señor «ha socorrido a su siervo Israel, acordándose de su misericordia» (Lc 1,54). La reflexión de los teólogos nos puede ayudar en la comprensión de la insondable misericordia de Dios. Esta es la que nos ofrece Roberto Moretti:
Habitualmente en el lenguaje religioso, incluso en el teológico, la perfección divina de la Misericordia está referida al perdón de la culpa. El pecado, como ya sabemos, es una ofensa causada a Dios. Como tal merece el castigo, para que se restablezca el orden injustamente violado. La Misericordia de Dios es el aspecto del amor y de la bondad que le lleva a perdonar, a olvidar la culpa y el pecado y retornar al hombre la amistad rota, a recrear la filiación renegada y despreciada. Si se considera la gravedad de las ofensas hechas a Dios por el pecado de parte de la criatura […] especialmente si se piensa en el cúmulo inmenso de pecados de todos los hombres, agravados por la malicia, la arrogancia, la rebeldía, el desprecio, la ingratitud, etc., la Misericordia, que anula y destruye toda esta monstruosidad, constituye una manifestación de la incomparable potencia y magnificencia de la bondad de Dios. De aquí las alabanzas y el estupor que la Sagrada Escritura y los santos elevan a la Misericordia del Señor .
Reconocer y experimentar en la propia vida la misericordia de Dios, como lo hicieron santa Teresa de Jesús o santa Teresa del Niño Jesús , contribuye a asumir más profundamente el carisma legado por el Espíritu Santo al Carmelo, ya que el mayor servicio que el carmelita puede ofrecer a la Virgen María, para hacer fecunda la promesa que encierra el Santo Escapulario es interceder ante Dios no solo para alcanzar la conversión de los pecadores sino de la humanidad pecadora. Esta es la invitación implícita que la Virgen María hará al Carmelo en sus apariciones en Lourdes, donde insta constantemente a Bernardita a orar y a ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores. La última aparición de la Virgen en Lourdes tuvo lugar el día 16 de julio.
El mismo mensaje de Lourdes será el que la Virgen comunicará a los tres pastores en Fátima. Les instará en la segunda aparición: «Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra»; en la cuarta aparición les dirá: «Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas». La última imagen que vieron los tres pastores en la última aparición en Fátima «fue ver a Nuestra Señora en forma semejante a Nuestra Señora del Carmen» .
La Virgen María invita al Carmelo a ayudarla uniéndose a Ella en su intercesión constante para alcanzar de Dios el perdón y la misericordia para la humanidad. El/la carmelita puede contribuir a ello, vinculándose a María, ofreciendo sus pequeños sacrificios uniéndolos al valor infinito de la pasión y muerte de Jesucristo, simbolizada en su sangre, para alcanzar de Dios Padre el perdón de los pecados, pues tiene más valor ante El que todos los pecados que haya cometido o pueda cometer la humanidad. Así es como el pecado que impide que la oración del pueblo fiel llegue a Dios (cf. Lm 3, 44; Is 59, 1-2) queda destruido, de modo que las oraciones llegan hasta el trono de Dios y son escuchadas benignamente y es derramada sobre la Iglesia y la humanidad su infinita misericordia, de modo que «la abundancia de los favores de Dios se desbordará en nosotros» (Ef 1,7). François Marie Léthel nos da las razones teológicas:
La justicia divina y misericordiosa, salva gratuitamente al hombre pecador, pero al mismo tiempo exige reparación. La reparación ha sido realizada por el Salvador, Jesús, Dios y hombre. Esta reparación libre y amante es indispensable para que el hombre sea salvado, rehabilitado y recobre toda su dignidad de la parte contrayente en la alianza. Teresa llama a Jesús «el Reparador de mi alma» . […] Ya que la alianza entre Dios y hombre, rota por el pecado del hombre, ha sido restablecida para siempre en la obediencia redentora del Hombre-Dios a su Padre, conviene contemplar en el Padre, de una parte, la Misericordia infinita por la cual El envía a su Hijo como Salvador, y por la otra la Justicia infinita que exige reparación.
A santa Teresa de Lisieux, a los catorce años el Espíritu la instruye en la forma más eficaz para alcanzar las gracias de Dios, y, esta iluminación, le llegará siete meses después de la «gracia de Navidad». Ella misma lo explica en sus escritos autobiográficos:
Un domingo, mirando una estampa de Nuestro Señor en la cruz, me sentí profundamente impresionada por la sangre que caía de sus divinas manos. Sentí un gran dolor al pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla. Tomé la resolución de estar siempre con el espíritu al pie de la cruz para recibir el rocío divino que goteaba de ella, y comprendí que luego tendría que derramarlo sobre las almas...
Santa Teresa del Niño Jesús será fiel en permanecer espiritualmente al pie de la Cruz el resto de su corta vida, y al pie de la Cruz se encontrará con la Virgen María. A ello hará referencia en su última poesía que, precisamente, dedicará a la Santísima Virgen:
Te me apareces, María, en la sombría cumbre del Calvario, / de pie junto a la cruz, como un sacerdote en el altar; / ofreciendo, para aplacar la justicia del Padre, / Tu amado Jesús, el dulce Emmanuel .
El sentido teológico de vivir unidos a María, permaneciendo espiritualmente al pie de la Cruz para recoger la sangre de Jesús y esparcirla a sus hermanos, especialmente por los más grandes pecadores, por los más necesitados de la sangre redentora de Cristo , nos lo ayuda a descubrir François Marie Léthel:
María Santísima es por excelencia la mujer que está cercana a la Cruz de Jesús en la plenitud de la fe, de la esperanza y del amor, y así se convierte en Madre del hombre redimido, por la fecundidad de la Sangre del Redentor y por la potencia de su Palabra: «Mujer, este es tu hijo» (Jn 19, 26). Toda la Iglesia comparte misteriosamente esta maternidad virginal de María, y especialmente la mujer cristiana, la mujer santa. […] No se trata de añadir nada a la Sangre de Jesús, única fuente de salvación para todos los hombres, sino de recoger esta Sangre para comunicarla a los demás. Este es el verdadero sentido de la “Mediación” de María y de la Iglesia como “Mediación materna”. María, presente en el primer lugar más cercano a la Cruz de Jesús representa perfectamente a la Iglesia orante que recoge la Sangre de la Redención para comunicarla a todos los hombres e intercede por ellos con un corazón de Madre .
Este es el servicio que la Virgen en Lourdes y en Fátima pide al Carmelo, que la ayuden a alcanzar de Dios perdón y misericordia por una humanidad pecadora para evitar que grandes desgracias acontezcan a esta misma humanidad, de modo que pueda proteger a todos, no bajo su manto, sino en su Inmaculado Corazón, donde nunca pudo entrar el espíritu del mal. Reconocer la misericordia divina en la propia vida, tanto por habernos rescatado del pecado como por habernos prevenido de caer en él. Reconocerla también en la vida de las demás personas, en la historia del pueblo de Israel, de la Iglesia o de la propia nación es una ayuda grande para fortalecernos en la fe e interceder ante Dios sin desmayo, hasta que experimentemos su gran misericordia.
Considerando cómo ha fructificado en los grandes santos del Carmelo el carisma, creemos que el atributo que Dios ha querido conceder a la familia del Carmelo, para que lo contemplemos, alabemos a Dios Trinidad por él, y dejemos que el Espíritu Santo lo plasme en nosotros, es el atributo de la misericordia divina. Lo que santa Teresa del Niño Jesús afirma de sí, se puede hacer extensivo a todos los que han recibido el carisma de la Orden del Carmen: «A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas...!» El carisma del Carmelo es, en esencia, hacer vida la oración intercesora de Jesús al Padre por la salvación eterna de los hombres.
La devoción al Inmaculado Corazón de María Virgen, nacida en la edad Media, evoluciona hasta verse plasmada en el culto. Ya Bostio y Paleonidoro hablaron del Corazón de María como símbolo de clemencia. En el misal de la Orden se hace mención del Corazón Inmaculado de la Sma. Virgen en la oración de la postcomunión del día de la Presentación: «Los sacramentos que hemos recibido, Señor, nos salven por la intercesión de la bienaventurada siempre Virgen María, que con la devoción de su Corazón purísimo, te inmoló constantemente un sacrificio agradable» .
Valerio de Hoppenbrauwers, en su libro María en el Carmelo, testimonia que los carmelitas a lo largo de los siglos, manifiestan su devoción al Inmaculado Corazón de María. En el monasterio de Florencia, en el que años más tarde ingresaría santa Magdalena de Pazzi, las monjas pedían al sacerdote que hablara a las postulantes de los corazones de Jesús y de María, «porque la novicia ha de retener siempre en su corazón las penas de Jesús y de María» . Por ello la fiesta del Inmaculado Corazón de María introducida en 1814 halló en el Carmelo tierra bien abonada.
Es en 1917, durante la tercera aparición de la Virgen a los tres pastores en Fátima cuando, después de que los niños tuvieron la visión del infierno, la Virgen les dice: «Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz».
El/la carmelita, ofreciendo a la Virgen diariamente un culto digno, transido de amor y agradecimiento, lleva a cabo una de las peticiones que la Virgen realiza en la tercera aparición de Fátima: la «reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María» . Esta petición de desagravio al Inmaculado Corazón será más explícita en la aparición de la Virgen y el Niño Jesús a la Hna. Lucía en Pontevedra, el 10 de diciembre de 1925. El niño Jesús le dijo: «Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre. Está cercado de las espinas que los hombres ingratos le clavan a cada momento, y no hay nadie que haga un acto de reparación para sacárselas». Después dijo Nuestra Señora a Lucía: «Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tú al menos, procura consolarme y di que a todos los que durante cinco meses en el primer sábado se confiesen, reciban la Santa Comunión, recen el Rosario y me hagan compañía durante 15 minutos meditando en los misterios del rosario con el fin de desagraviarme les prometo asistirles en la hora de la muerte con las gracias necesarias para su salvación».
Nos podemos preguntar por qué la Virgen María y Jesucristo insisten tanto en la necesidad de hacer actos de desagravio a su Inmaculado Corazón. Ello lo debemos contemplar a partir de la fe en la mediación intercesora de María. No es dogma de fe, pero hay una constante creencia en la Iglesia en que la Virgen María es la mediadora de todas las gracias de Ntro. Señor Jesucristo. Si la Virgen, en su amor maternal, suplica incesantemente por la humanidad para hacer fecunda la obra redentora de su Hijo. La concesión de estas gracias a la humanidad por parte de la Santísima Trinidad puede estar vinculada a que la Virgen María sea amada y honrada por el pueblo fiel. De ello hablará Pablo VI en el mensaje que dirige a los fieles católicos durante el año santo de 1975:
Bastará recordar y afirmar que el éxito renovador del Año Santo dependerá de la ayuda superlativa de la Virgen. Tenemos necesidad de su asistencia, de su intercesión. Debemos programar un culto particular a la Virgen María si queremos que el acontecimiento histórico-espiritual, para el que nos preparamos, alcance sus verdaderos objetivos. Nos limitamos ahora a condensar en una doble recomendación el favor de este culto mariano, al que confiamos tantas esperanzas nuestras. La primera recomendación es capital: debemos conocer mejor a la Virgen como el modelo auténtico e ideal de la humanidad redimida. […] Y la segunda recomendación no es menos importante: deberemos tener confianza en el recurso a la Virgen. Deberemos rezarle, invocarla. Ella es admirable para nosotros, es amable para nosotros. Ella, como en el Evangelio (cf. Jn 2,3 ss), interviene delante de su Hijo Divino, y nos obtiene de El milagros, que la marcha normal de las cosas no admitiría de suyo. Es buena, es poderosa. Conoce las necesidades y los dolores humanos. Debemos reverdecer nuestra devoción a la Virgen (LG 76) si queremos conseguir el Espíritu Santo y ser discípulos sinceros de Cristo Jesús. Que su fe (Lc 1,45) nos conduzca a la realidad del Evangelio y nos ayude a celebrar bien el Año Santo que se aproxima .
En este mensaje Pablo VI expresa muy claramente la necesidad de conocer a la Virgen, de honrarla y de suplicar su ayuda para que nos sean concedidas por la Sma. Trinidad, gracias admirables que no tendrían lugar en el transcurso normal de las cosas. Es un hecho constatable históricamente que, en los años marianos, cuando hay un esfuerzo notable por parte de los pastores para hacer conocer mejor a la Virgen María al pueblo cristiano, y cuando Ella es amada y honrada con un culto litúrgico digno y es invocada por el pueblo cristiano en sus necesidades, el pueblo queda transformado. Así después de celebrar con fervor el 25 y el 50 aniversario del Dogma de la Inmaculada , la Iglesia en España, tan perseguida por todos los resortes del poder para quitar toda presencia pública de la Iglesia, supuso una transformación semejante a la operada en Portugal a raíz de las apariciones de Fátima.
La transformación de Portugal después de las apariciones de la Virgen
Como en otros países de antigua tradición católica, durante el siglo XIX la persecución contra la Iglesia en Portugal era generalizada. Los años anteriores a las apariciones de la Virgen María en Fátima, esta persecución se había intensificado: se habían suprimido las relaciones con el Vaticano; se prohibía que varios Obispos residiesen en sus diócesis; son expulsadas de Portugal diversas Congregaciones religiosas; no se permite a los sacerdotes que vistan sotana; se reducen a tres los seminarios; se empobrece y se condena al clero, el cual es insuficiente para mantener una vida religiosa normal; no se permite que circulen libremente los documentos pontificios; son lanzados de sus casas rectorales a los párrocos; la enseñanza es laica, y los niños en las escuelas desfilan llevando pancartas en las que se lee «ni Dios ni religión», el país vive en una gran anarquía política. Algunos creían que el catolicismo en Portugal desaparecería en dos generaciones.
Pero los católicos no quedan inactivos, comienzan a agruparse en el campo de la Acción Social, para dar a conocer y llevar a cabo las enseñanzas sociales de las encíclicas (1901). A esta acción se une la oración, en 1915 se instituyó la Cruzada del Rosario, su éxito fue tan grande, que las iglesias de Lisboa se llenaron totalmente. El pueblo portugués recuerda que está consagrado a Nuestra Señora de la Concepción. A pesar de todo, ha conservado la fe, y por medio del rezo del Rosario implora la ayuda de la Santísima Virgen. El mismo día 13 de mayo de 1917, un diario de Oporto, publicaba una oración en verso implorando de María el don de la paz, ya que Portugal estaba inmersa en la I Guerra Mundial. En este día tiene lugar la aparición de la Virgen María a tres niños: Jacinta, Francisco y Lucía, mientras apacentaban el rebaño.
Estas apariciones de la Virgen María, después de un maduro examen de trece años, tendrán el reconocimiento oficial por el Obispo de Leiria, el 13 de octubre de 1930. Este Obispo en la carta pastoral A divina Providentia dirá: «Nosotros consideramos: primero, declarar dignos de credibilidad las visiones de los pastores de Cova da Iria en el paraje de Fátima de ésta diócesis, el 13 de mayo a octubre de 1917. Segundo, concedemos permiso oficial para el culto a Nuestra Señora en Fátima». Los Obispos portugueses escribirán después en una Pastoral colectiva: «Quien hubiese cerrado los ojos hace veinticinco años y los abriese hoy no reconocería a la nación, tal es la amplitud y la profundidad de esta transformación realizada por un acontecimiento insignificante en apariencia, la aparición de Nuestra Señora en Fátima» .
Ejemplos de esta transformación, después de 56 días de la última aparición de la Virgen a Jacinta, Francisco y Lucia en Fátima, el 8 de diciembre de 1917 se hace con el poder un gobierno que se impone en medio del caos. Se permite el retorno de los Obispos a sus diócesis, se derogan las leyes más anticlericales. Los católicos, animados por los acontecimientos de Fátima, se organizan, se reconstruyen los seminarios, regresan las Órdenes religiosas. Se producen un gran número de conversiones, se tiene conocimiento de curaciones excepcionales en los pueblos. No dejan de organizarse peregrinaciones a Fátima, todo ello ayuda a que se dé en el pueblo un manifiesto despertar religioso. En febrero de 1918, los Obispos pueden reunirse en Lisboa. Como admirados de este «favor» escriben a Benedicto XV y le comunican que la situación de la Iglesia en Portugal parece haber mejorado. El Papa les contesta el 29 de abril, y atribuye la mejora obtenida a un «socorro extraordinario» de la Madre de Dios.
Se celebra en 1926 un congreso mariano con más de cien mil congresistas. En 1933 la Acción Católica tiene 55.000 militantes, surgen muchas vocaciones. Existe el miedo de que la guerra civil española se extienda a todo el pueblo vecino. En mayo de 1938 en Cova da Iria (lugar de las apariciones), veinte Arzobispos y Obispos, con medio millón de fieles pronunciaron la consagración de Portugal al Inmaculado Corazón, mientras que en todas las iglesias del país millones de fieles, orando formaban un solo corazón y una sola alma con la muchedumbre que llenaba Cova da Iria.
Portugal, que había vivido tantas revoluciones violentas, después de las apariciones de la Virgen María, se fue pacificando interiormente y se salvó de participar en la II Guerra Mundial. El mismo Pío XII lo recordaba en el mensaje del 13 de mayo de 1946, «La más terrible de las guerras que jamás haya asolado el mundo, rondó durante cuatro años vuestras fronteras, pero jamás las traspuso, «gracias especialmente a Nuestra Señora» que, desde lo alto de su trono de misericordia, colocado como una sublime atalaya en el centro de vuestra nación, velaba sobre vosotros y sobre vuestros gobernantes...» . El cambio de régimen que tuvo lugar en el siglo XX, en la década de los setenta, se realizó con la revolución llamada “de los claveles”, hecho que admiró al mundo por la forma pacífica en que se desarrolló.
La transformación de la Europa Occidental fruto de las conmemoraciones marianas (1950 y 1954)
Después de la II Guerra Mundial (1939-1945), la más mortífera de las guerras que habían asolado la humanidad, Pío XII quiso que el jubileo de 1950 fuese el año santo del gran retorno y del gran perdón, un tiempo de gracia para que la paz llegase a todos los corazones, a todos los hogares, a todas las naciones del mundo.
Como antaño, en estos difíciles momentos para alcanzar la protección del cielo, Pío XII quiso honrar a la Virgen María e implorar su protección sobre la Iglesia y la humanidad. El día de Todos Santos del año 1950, proclamó el dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. En aquel mismo día el Papa realizó la consagración de la Iglesia y del mundo al Corazón Inmaculado de María. También durante el Año Santo Pío XII renovó la consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús que ya había realizado León XIII en el inicio de siglo.
Para intensificar la devoción a la Virgen María, la imitación de sus virtudes e implorar su intercesión, Pío XII convocó un año mariano en 1954 para celebrar el centenario de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción. Durante este año mariano, Pío XII instituyó la fiesta litúrgica de María Reina con la Carta encíclica ‘Ad Caeli Reginam’, Esta fiesta litúrgica tenía por finalidad que los fieles cristianos honrasen debidamente a la Virgen María Reina del cielo y de la tierra, y por su intercesión poderosa se consolidara la paz entre los pueblos, constantemente amenazada.
Finalizada la II Guerra Mundial, existía el temor de que pudieran surgir nuevos conflictos bélicos. Por ello se pedía a la Virgen, Reina de la paz, para que esta se afianzase en los corazones de los hombres. Ciertamente, no fueron en vano las oraciones del mundo entero, pues a pesar de que hubo momentos muy críticos en la llamada guerra fría, no llegó a desencadenarse una tercera guerra mundial.
Europa estaba desolada y destruida tanto física como moralmente por la II Guerra Mundial. La súplica dirigida a la Virgen en este Año jubilar era: «pan para los hambrientos, justicia para los oprimidos, la patria para los prófugos y desterrados, casas para los sin techo, la libertad para los encarcelados, o los que se encuentran en los campos de concentración, luz para los ciegos de cuerpo y de alma, la caridad fraterna y la unión de los espíritus para aquellos que están divididos por el odio, la envidia o la discordia» .
Para que ello pudiera alcanzarse políticos y economistas como Adenauer, inspirándose en la doctrina social de la Iglesia: «lograron transformar sus patrias, deshechas por la segunda guerra mundial, en unos países democráticos modernos, con un máximo desarrollo económico y social» . Ello se dio en Francia, en Alemania, Italia...., aunque más lentamente también en España.
Se luchó por crear o potenciar instituciones que impidiesen que volviera a repetirse una nueva guerra mundial, como la ONU, para que arbitrara en los conflictos entre las naciones, y fuera reconocida la dignidad de todo hombre, como lo recoge la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En Europa, escenario de tantas guerras, se promovió el entendimiento, de forma particular entre Francia y Alemania con la colaboración mutua de intereses económicos conjuntos. De este modo los partidos que se basaron en la doctrina social de la Iglesia, «serán el alma de la misma creación de la Unión Europea, gracias, precisamente a la comunidad de convicciones. […] Después de la guerra, esta comunidad de convicciones encontró una realización insólita: los alemanes y los franceses de ambos lados del Rhin, en vez de entablar discusiones, se unieron en reuniones de oración. Es sobre este espíritu, que, después de dos mil años de luchas fraticidas se han edificado las instituciones de la Comunidad Europea». Las peticiones dirigidas a la Virgen para que la paz y la justicia imperasen, se fueron haciendo realidad, ante todo, en la Europa Occidental.
El año mariano de 1988 y la transformación de la Europa del Este
Pío XII en la Carta encíclica Ad Caeli Reginam, había pedido que los fieles cristianos rezasen cada día el Santo Rosario, con la intención particular de implorar la ayuda de la Virgen por las necesidades de la Iglesia del silencio.
En muchos países de la tierra hay personas injustamente perseguidas por su profesión de fe cristiana y privadas de los derechos humanos y divinos de la libertad. Para alejar estos males, de nada han valido hasta ahora ni justificadas demandas, ni repetidas protestas. Que la poderosa Señora de las cosas y de los tiempos, la que sabe aplacar las violencias con su pie virginal, vuelva a estos hijos inocentes y atormentados esos ojos de misericordia; que en su mirar irradian la calma y disipan los nubarrones y las tempestades, y que además les conceda gozar cuanto antes de la debida libertad para poder practicar abiertamente sus deberes religiosos. De esta modo, sirviendo la causa del Evangelio, podrán también con su cordial cooperación y sus egregias virtudes, que tan ejemplarmente brillan en medio de las asperezas, ayudar a la consolidación y progresos de la ciudad terrena. Pero se tendrá que esperar un nuevo año mariano, que promulgará Juan Pablo II en 1987-1988, para que los cristianos de los países del Este de Europa puedan de nuevo gozar de libertad religiosa.
Después del año mariano 1988, en que la Virgen fue mejor conocida, amada y honrada, además de la consagración del mundo a su Inmaculado Corazón realizada por Juan Pablo II junto con todos los obispos del mundo, tuvo lugar al año siguiente la caída del muro de Berlín, símbolo de la caída del comunismo soviético que tanto amenazaba la paz mundial. Ello lo recordará Juan Pablo II en su exhortación apostólica Tertio millenio adveniente:
Es difícil no advertir cómo el Año Mariano precedió de cerca a los acontecimientos de 1989. Son sucesos que sorprenden por su envergadura y especialmente por su rápido desarrollo. Los años ochenta se habían sucedido arrastrando un peligro creciente, en la estela de la “guerra fría”; el año 1989 trajo consigo una solución pacífica que ha tenido casi la forma de un desarrollo “orgánico” […] Además se podía percibir cómo, en la trama de lo sucedido, operaba con premura materna la mano invisible de la Providencia: “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho...?” (Is 49, 15) .
Con ello vemos que el/la carmelita cuando se esfuerza en conocer mejor a la Virgen María para más amarla y honrarla con un culto digno transido de amor, para que la Madre del Señor sea más amada, contribuye a que la Santísima Trinidad bendiga a la humanidad con su infinita misericordia. Este es el contenido de la aparición de la Virgen a la Hna. Lucía en Tuy (Pontevedra), en junio de 1929, en la que ella reconocía «Era Nuestra Señora de Fátima, con su Corazón Inmaculado en su mano izquierda, sin espada ni rosas, pero con una corona de espinas y llamas. Debajo del brazo izquierdo de la Cruz, grandes letras, como si fuesen de agua cristalina, que corrían sobre el altar formando estas palabras: “Gracia y misericordia”»
La Conmemoración solemne de la Virgen María, la celebra la Orden cada año, el 16 de julio, como acción de gracias por los beneficios recibidos a lo largo de su historia. Esta celebración no es un hecho aislado en la vida litúrgica de los carmelitas. La Orden del Carmen celebra el ritmo mariano de la Iglesia (Adviento, Navidad, fiestas y solemnidades marianas), pero los carmelitas añaden una específica liturgia mariana que tiene esta frecuencia.
Diaria: con la «memoria cotidiana» de la Virgen en la Plegaria eucarística y la antífona mariana después de Completas. En diversas comunidades se reza el Ángelus varias veces al día. El santo Rosario, en algunas comunidades es rezado en particular y en otras, en comunidad.
Semanal: en el sábado a Ella consagrado y vivido en su alaban¬za, se concentra en la Eucaristía y en la Liturgia de Santa María en sábado (cuando así se puede), en formas más discretas cuando la liturgia no lo permite, y con el canto solemne de la Salve Regina, acto litúrgico propio en el que, como «hermanos», la invocamos desde la pertenencia a su familia.
Anual: la solemnidad anual viene a ser el culmen, el recuerdo más cargado que nos congrega en acción de gracias y de reconoci¬miento hacia la Patrona de la Orden. Esta fecha del 16 de julio viene a ser, por tanto, la síntesis de nuestra liturgia, meta de nuestro cami¬nar carmelitano, con Ella y junto a Ella. Se podría decir que la solemnidad anual a María en la Orden del Carmen guarda una analogía con la solemnidad de Navidad y Pascua, pues para poderla asimilar profundamente, se prolonga su recuerdo hasta ocho días después, el 23 de julio, día en que se celebra la memoria de Santa María de la Divina Gracia .
La solemnidad del 16 de julio es, para la Orden, la fiesta central de su propio calendario litúrgico y de su consagración mariana, así como la Pascua anual lo es de nuestra vida cristiana.
La liturgia actualiza la donación de María como Madre
La Liturgia actualiza el misterio que celebra. La Iglesia ha querido que la liturgia de la Orden, en su principal solemnidad mariana, actualice el «Hoy» del testamento de Cristo en la Cruz: «Ahí tienes a tu Hijo»; «ahí tienes a tu Madre». Es decir, el contenido salvífico que actualiza la liturgia del día para la Orden es la maternidad mariana sobre todos los hermanos de Jesús, y ello es expresado en las dos antífonas del Magníficat: «Hoy la Virgen María nos fue entregada como Madre. Hoy nos dio la prueba de su entrañable compasión. Hoy el Carme¬lo, iluminado con la esplendorosa fiesta de la Virgen soberana, rebosa de alegría» (Antífona Magníficat 1).
La antífona del Magníficat de las segundas vísperas «Hoy celebramos la fiesta de María, Madre hermosa del Carmelo. Hoy los hijos de su amor cantamos sus misericor¬dias. Hoy la Estrella del mar brilla ante su pueblo como signo de esperanza segura y de consuelo», recuerda el objetivo primario de esta conmemoración solemne: agradecer y cantar las misericordias de María hacia los hijos de su amor que son los carmelitas.
Así, se da a María no solo acción de gracias por su protec¬ción sobre la Orden sino que, ante todo se realiza una renovación, recuerdo, memoria y actualización de su maternidad sobre los hermanos de Je¬sús y, por lo mismo, también sobre los hermanos de la Orden. Porque es Madre del Hijo de Dios y Madre de todos los hombres, por ello lo es también de todos los miembros de la familia del Carmelo .
En la liturgia cantamos la belleza de María
La vía de la belleza, es una de las formas tradicionales de que se vale la Liturgia para dirigirse a Dios, pero también para hablar de María, «la llena de gracia». El siervo de Dios Bartolomé Mª Xiberta, con su testimonio nos invita a contemplar la belleza de María en la liturgia: «La fiesta del 16 de julio no es una simple fiesta, es mucho más. Es el día del año más delicioso, el que más se parece al día sin noche del Cielo: ponernos en intimidad con María bajo su blanca capa e ir contemplando la belleza infinita de Dios, de la cual es un reflejo la de Ntra. Santísima Madre. […] Realmente es siempre nueva la contemplación de Nuestra Santísima Madre, tan bella en sí misma, tan bella en sus misericordias» .
La liturgia solemne de la Virgen María del Monte Carmelo hace hincapié en la belleza de la Madre del Señor a través de un texto de Isaías: «El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios» (Lectura breve de Laudes).
A través de las antífonas, el carmelita se alegra de tener tal Madre y Patrona: «Tiene María la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón»; «¡Tu eres la gloria de Jerusalén, tú la alegría de Israel, tú el orgullo de nuestra raza!»
A su vez, el carmelita recuerda con gozo la misión que Dios le ha dado a María y como Ella, con diligencia y fidelidad, la ha llevado a término: «Dichosa eres, Virgen María; engendraste al que te creó, y permanecerás virgen para siempre»; «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón».
Ante tantas maravillas que Dios ha obrado en María para nuestra salvación, el carmelita no puede más que decir admirado: «Qué pregón tan glorioso para ti, María, ciudad de Dios! El Señor te ha cimentado sobre el monte santo». «Tú eres admirable, Santa María del Carmelo. Tú eres la llena de gracia, Santa María del Carmelo». «Eres Madre admirable sobre toda ponderación. oh María, y mereces el eterno recuerdo de tus hijos». «Tus hijos, Virgen María, serán tu gozo, porque Dios los bendecirá y los reunirá en tu nombre». Sus hijos invitan a su Madre y Patrona: «Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres». A ello María responde con la Escritura: «Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios. Porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo».
En la Liturgia suplicamos la ayuda de María
En las preces de la Liturgia, la Orden suplica al Padre (1ª Vísperas) y a Jesucristo (Laudes y 2ª Vísperas) para que conceda a los carmelitas la gracia de vivir el carisma, que es una vida de unión con María. Se les suplica que sus peticiones sean escuchadas favorablemente por la mediación de María, pues se la han dado por Madre, y para que puedan ver reflejados en los carmelitas a María, objeto de sus complacencias.
Se pide al Padre y/o a Jesucristo: «Otorga la gracia de servir a María y de vivir con Ella en obsequio de su Hijo»; «Haz que cuantos se han consagrado a ella ardan en el celo de la salvación de los hombres»; «vivir con María unidos en la oración siendo unos en corazón y en alma»; «para que se renueve continuamente con la fuerza del Espíritu». «Guárdanos en tu servicio pobres de espíritu y limpios de corazón como María»; «Concede a todos los carmelitas que, fieles en la imitación de su Madre, sepan escuchar y proclamar tu palabra»; «Haz que reproduzcamos la verdadera imagen de nuestra Madre, imitando su caridad»; «Haz que, imitando a María, […] merezcamos tenerte a ti por nuestra única riqueza»; «Concédenos, a ejemplo de la Virgen Inmaculada, amar la pureza del corazón para llegar a la contemplación divina»; «Peregrinos en la noche oscura de la fe, caminemos de la mano de María, la dichosa porque creyó»; «Enséñanos a orar con María y a meditar, como ella, tu palabra, para anunciarla a nuestros hermanos»; «Haz que cada día conozcamos mejor a María, Madre de gracia, y que la recibamos en nuestra casa, de modo que os complazcamos por nuestra intimidad con ella»; « para llegar, con su ayuda, a la inefable experiencia de tu amor»; «Concede a todos los fieles que se han entregado al servicio amoroso de María, tu Madre, el gozo de contemplarte eternamente en el cielo» o «contemplarte cuanto antes en el cielo».
El eminente teólogo y siervo de Dios Bartolomé Mª Xiberta, además de las preces que se dirigen a Dios por medio de María en la liturgia, invita a orar por la Orden, para que esta sea agradable a la Virgen María, porque si Ella está contenta de su Orden, en sus manos tiene todos los tesoros de Dios . Por ello, decía a las monjas carmelitas: «Aquel día pidan a Nuestra Santísima Madre por la Orden; creo que es también el día en que Ella hace sus planes de protección para todo el año» . Todo ello suplicado con confianza: «Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios. No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades. Santa Madre de Dios» (Responsorio de Laudes).
En la Liturgia somos invitados a ir con María al Monte Santo
Se le suplica a la Virgen-Madre: «Llévanos, María, hasta la cima del Carmelo, que es Cristo, vida del cielo»; y se le insiste: «Llévanos contigo, Virgen Inmaculada; correremos tras el olor de tus perfumes» A lo que María responde: «Venid, hijos, escuchadme; venid, subamos al monte del Señor. El que me escucha no fracasará; yo soy la madre del amor puro y de la esperanza santa. Hijos míos, escuchadme: dichosos los que siguen mis caminos; escuchad la instrucción, no rechacéis la sabiduría. Dichoso el hombre que me escucha, velando en mi portal cada día, guardando las jambas de mi puerta. Quien me alcanza, alcanza la vida. Como vid hermosa retoñé: mis flores y frutos son bellos y abundantes. Yo soy la madre del amor puro, del temor, del conocimiento y de la esperanza santa. En mí está toda la gracia del camino y de la verdad; en mí toda esperanza de vida y de virtud. Os traeré a mi monte santo; os alegraré en mi casa de oración. Os conduje a la tierra del Carmelo, para que comieseis sus mejores frutos».
Ante tanta bondad la Orden del Carmelo, alegrándose de «las misericordias de María», solo puede decir: «Aclamemos al Señor, recordando los beneficios de la Virgen María, Madre del Carmelo».
Podemos decir con el P. Bartolomé Mª Xiberta: «el Oficio litúrgico de la fiesta, tan sumamente hermoso; oficio que la Iglesia nos ha preparado para que sepamos los sentimientos que Nuestra Santísima Madre alimenta hacia nosotros, los que vivimos en el Carmelo, así como los sentimientos que nosotros debemos alimentar hacia María» .
Cuán importante es honrar a María en la Liturgia con un amor verdaderamente filial vivido día a día. A su vez reconocer y darle el lugar que le pertenece en la Orden que Dios le ha entregado como heredad propia, de la que es verdadera priora. Si lo hacemos, Ella no dejará de presentar nuestras oraciones ante Jesucristo, de modo que serán profundamente agradables a Dios y fecundas en bien de la misma Orden, de la Iglesia y de la humanidad. Ello lo tenemos ejemplarizado en la misma vida de santa Teresa de Jesús. Cuando en 1571 fue nombrada priora de la Encarnación, puso en la silla prioral una imagen de la Virgen Santísima, y en la de subprior, una imagen de san José. Teresa no dejaba de decir que la Virgen era la verdadera priora y ella solo su vicaria, y por ello no le asombraban los excelentes resultados de aquel priorato por tener a la misma Madre de Dios como priora. Poco después se apareció la Virgen Santísima a santa Teresa y le confirmó que este era el lugar que a Ella le pertenece, «Bien acertaste en ponerme aquí; yo estaré presente a las alabanzas que hicieren a mi Hijo y se las presentaré» (Rel 22,1-2).
Ciertamente que en la bellísima liturgia de la Solemnidad de Nuestra Señora del Carmen, como nos dirá Manuel Diego Sánchez: «Espíritu, poesía, vida, trabajo, apostolado, todo confluye en esta visión litúrgica de la Virgen por parte de su Orden, que aquí se siente reflejada en su ser y actuar. En una palabra, el propio carisma hecho oración. Por eso, desde aquella petición de la colecta (“que llegue-mos hasta la cima del monte de la perfección que es Cristo”), la Virgen María asume y resume, representa cumplidamente los compo¬nentes y mejores elementos de la espiritualidad carmelitana» .
Nos decimos: «¡Qué grande es tenerla por Madre y por Hermana! Muchos se llaman hijos suyos; pero, hermanos de María, nadie tiene la osadía de llamarla de esta manera; solo nosotros, los carmelitas. Es poder nombrar a María no solamente Madre, sino Hermana –la Hermana mayor- y amiga- ¡hasta amiga!... Como si fuese de tú a tú» . Por ello surge del corazón del más grande de los carmelitas, la Oración del alma enamorada. En esta oración, san Juan de la Cruz refleja esta connivencia entre María y la Orden, pues le hace exclamar: «Míos son los cielos y mía es la tierra […] y la Madre de Dios y todas las cosas son mías...» Así, con tanta libertad y familia¬ridad, se celebra y se ora a María en el Carmelo .
Teresa de Jesús: C. Camino de Perfección; Cta. Cartas; F. Fundaciones; M. Moradas; Rel. Relaciones; V. Libro de la Vida.
AA.VV. El gran don de María, Amacar, Onda 2001.
- BARTHAS, C., La Virgen de Fátima, Rialp, Madrid, 1981.
- BOAGA, E., La Señora del Lugar, María en la historia y en la vida del Carmelo, Ed. Carmelitane, Roma 2001.
“La oración en la vida de la Orden desde el paso a Europa hasta el siglo XVI” en
Rafael CHECA OCD (Coord) “La oración en el Carmelo, pasado, presente y
futuro”, Actas del Congreso, México 2002, 13-19.
- CHALMERS, J., - MACCISE C., “La Virgen María en la vida del Carmelo. Carta circular con ocasión de los 750 años del Escapulario”.
- FORCADELL, A., La fiesta del Carmen, Historia y liturgia, Amacar, Onda 1985.
- GEAGEA, N., María Madre y Reina del Carmelo. La devoción a la Virgen del Carmelo, durante los tres primeros siglos de su historia, Monte Carmelo, Burgos 1989.
- HOERLER DE CARBONELL, E., Economía y Doctrina Social Católica, (Col. Humanum 5), Ed. Herder, Barcelona 1985,
- ILDEFONSO DE LA INMACULADA, La Virgen de la contemplación, Ed. de Espiritualidad, Madrid 1973.
- JERÓNIMO GRACIÁN DE LA MADRE DE DIOS, Obras, Biblioteca Mística Carmelitana, vol. XVI, Monte Carmelo, Burgos 1933.
- LÉTHEL La luce di Cristo nel cuore della Chiesa, EV, Città del Vaticano 2011.
- LÉTHEL,F. M.,“Amare Gesù e farlo amare. Il cristocentrismo dinamico di santa Teresa di Lisieux”. en Teresa di Lisieux, Genio e Santità, «Fiamma viva», XXXVII, Roma 1996, 125-147.
“Il cristocentrismo trinitario di Teresa di Lisieux alla luce della sua offerta
all’Amore Misericordioso” en AA.VV. In comunione con la Trinità, EV,
Città del Vaticano 2000,179-199.
La luce di Cristo nel cuore della Chiesa, EV, Città del Vaticano 2011.
- LÓPEZ- MELÚS, R. Mª. Espiritualidad Carmelitana, Madrid: Ed. Carmelitanas 1968 Principales apariciones de la Santísima Virgen y su mensaje al mundo de hoy, Apostolado Mariano, Sevilla 1978
El Escapulario del Carmen, Apostolado Mariano, Sevilla 2000.
Papas que amaron a la Virgen del Carmen, Amacar, Onda 2001.
- LUCÍA, “El Mensaje de Fátima”, Ed. Sol de Fátima, Madrid 1989, 22.
- MARCHETTI, A., “Carmelitas”, E. ANCILLI, Diccionario de Espiritualidad, Ed. Herder, Barcelona 1983, vol. I, 332- 341.
- MIGUEL DE SAN AGUSTÍN Y MARÍA PETIJT, Vida de unión con María, Amacar, Onda 2000.
- MORETTI, R., Dio amore misericordioso. Esperienza, dotrina, messaggio di Teresa di Lisieux, L.E. Vaticana, Città del Vaticano 1996.
- ROYO MARIN, A., Teología moral para los seglares, BAC, Madrid 1961, vol. II.
- SAGGI, L., “Santa María del Monte Carmelo” en Santos del Carmelo, L. Carmelitana, Ed. de Espiritualidad, Madrid 1972, 153-189.
- SÁNCHEZ, M. D., “Santa María del Monte Carmelo y de la vida interior. La liturgia mariana del Carmelo”, Revista de Espiritualidad 55 (1996), 121-136.
- TETTAMANZI, D., “Sacramentos” en Diccionario enciclopédico de Teología Moral, Madrid, Ed. Paulinas 31978, 966-978.
- XIBERTA, B. Mª, Fragmentos doctrinales, Barcelona 1976.
-HOPPENBROUWERS, V., María en el Carmelo, Cesca, 1970.
Descárgala haciendo click aquí:
Esposo de María, madre de Jesús. Descendiente de David, José era el padre putativo de Jesús, a cuyo nacimiento asistió en Belén. Vivió en Nazaret ejerciendo el oficio de carpintero y, al parecer, murió antes de que comenzase la vida pública de Jesús. Su culto, extendido en Oriente antes del siglo V, no llegó a Occidente hasta la Edad Media. En 1870 fue proclamado patrón de la Iglesia universal; es también patrono de los carpinteros y de los moribundos.
San José encarna las virtudes de la honestidad, el amor al trabajo y la fe inquebrantable en Dios. Los hechos relativos a la vida de San José aparecen en los Evangelios, sobre todo en los de San Mateo y San Lucas. Descendiente de la casa del rey David, José se casó con María, pero, antes de que cohabitasen, supo que María había concebido un hijo.
San José, «como era realmente bueno y no quería denunciarla, determinó repudiarla en secreto» (Mateo 1:19). Sin embargo, un ángel se le apareció en sueños y le reveló que el hijo que María tenía en su seno había sido concebido por obra del Espíritu Santo.
Tras el nacimiento de Jesús en Belén, San José, avisado de nuevo por un ángel, tomó a Jesús y a la Virgen María y los condujo a Egipto para huir de la furia del rey de Judea, Herodes el Grande. A la muerte del monarca, y después de una nueva revelación del ángel, San José retornó a su país; pero, por temor al sucesor de Herodes, la familia no se estableció en Belén, sino en Nazaret de Galilea. Allí San José ejerció su oficio de carpintero.
Los evangelios citan por última vez a San José en el episodio (narrado por San Lucas) en el que Jesús se perdió durante una visita a Jerusalén, y fue hallado por sus padres en el templo, discutiendo con los doctores. Nada cierto se sabe acerca de la muerte de San José, aunque por la narración evangélica parece probable que fuera antes de que Jesús iniciara su vida pública.
El culto a San José comenzó posiblemente entre las comunidades cristianas de Egipto. En Occidente fueron los servitas, una orden mendicante, quienes en el siglo XIV comenzaron a festejar el 19 de marzo como la fecha de la muerte de San José, y esta devoción tendría luego impulsores como el papa Sixto IV y la mística española Santa Teresa de Jesús. El papa Pío IX lo declaró patrono de la Iglesia universal el año 1870. Casi cien años después, en 1955, Pío XII instituyó la fiesta de San José Obrero el 1 de mayo. Fuente: https://www.biografiasyvidas.com/
San José y el silencio
Hay en el evangelio dos clases de vocaciones: la de los apóstoles y la de José, que parecen completamente opuestas. Jesús se reveló a los primero para que lo anuncien; se reveló a José para que lo ocultara. Los apóstoles fueron iluminados para mostrar a Jesús al mundo; Jesús es un velo para cubrirlo. A través de los apóstoles, Jesús debe ser predicado; por medio de José, debe ser mantenido en la oscuridad. Igualmente, José lo escucha, lo admira y se calla.
Toda perfección no consiste sino en someterse, y que la gloria del cristiano no reside en los empleos deslumbrantes, sino en el cumplimiento de lo que Dios quiere. Los apóstoles brillaron en el mundo como estrellas; José, nada hizo a los ojos de los hombres; todo lo hizo ante los ojos de Dios. Veía a Jesús, se deleitaba, y no decía nada.
Glorioso santo, perfecto modelo de la vida silenciosa, ¡qué bellas es la característica que te distingue entre todos! Con tu cooperación generosa, dios Hizo de ti un hombre interior, retirado en su corazón, penetrado de Dios, ocupado en Jesús y en sus misterios, y siempre envuelto en un religioso silencio. Se lee en el Evangelio tus pensamientos y tus penas, tus relaciones con los ángeles, tu castidad virginal, tu justicia, tu pronta obediencia a las órdenes de Dios, tus viajes con Jesús y por Jesús, tu exactitud en el cumplimiento del deber religioso, tu penitencia en el ejercicio de un oficio penoso, tu solicitud por el depósito divino, tu abandono a la conducta de Dios, tu prisa en buscar a Jesús.
Todo eso está en el Evangelio. Pero no leo ninguna de tus palabras. Siendo el jefe de la Sagrada Familia, dejas que hable sólo a tu augusta esposa. Nos equivocamos, conocemos una palabra tuya, que fuiste el primero en pronunciar, por privilegio singular. Queremos decir, el santo, el amable, el adorable nombre de Jesús, que impusiste al salvador por orden de Dios.
Modelo de silencio y de humildad
Las principales fuentes de información sobre la vida de San José son los primeros capítulos del evangelio de Mateo y de Lucas. En los relatos no conocemos palabras expresadas por él, tan sólo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo. Es un caso excepcional en la Biblia: un santo al que no se le escucha ni una sola palabra. Es, pues, el "Santo del silencio".
Su santidad se irradiaba desde antes de los desposorios. Es un "escogido" de Dios; desde el principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor. No es que haya sido uno de esos seres que no pronunciaban palabra, fue un hombre que cumplió aquel mandato del profeta antiguo: "sean pocas tus palabras". Es decir, su vida sencilla y humilde se entrecruzaban con su silencio integral, que no significa mero mutismo, sino el mantener todo su ser encauzado a cumplir el Plan de Dios. San José, patrono de la vida interior, nos enseña con su propia vida a orar, a amar, a sufrir, a actuar rectamente y a dar gloria a Dios con toda nuestra vida.
Vida virtuosa
Su libre cooperación con la gracia divina hizo posible que su respuesta sea total y eficaz. Dios le dio la gracia especial según su particular vocación y, al mismo tiempo, la misión divina excepcional que Dios le confió requirió de una santidad proporcionada.
Se ha tratado de definir muchas veces las virtudes de San José: "Brillan en él, sobre todo las virtudes de la vida oculta: la virginidad, la humildad, la pobreza, la paciencia, la prudencia, la fidelidad que no puede ser quebrantada por ningún peligro, la sencillez y la fe; la confianza en Dios y la más perfecta caridad. Guardo con amor y entrega total, el deposito que se le confiara con una fidelidad propia al valor del tesoro que se le deposito en sus manos." San José es también modelo incomparable, después de Jesús, de la santificación del trabajo corporal. Por eso la Iglesia ha instituido la fiesta de S. José Obrero, celebrada el 1 de mayo, presentándole como modelo sublime de los trabajadores manuales.
Amor virginal
La concepción del Verbo divino en las entrañas virginales de María se hizo en virtud de una acción milagrosa del Espíritu Santo, sin intervención alguna de San José. Este hecho es narrado por el Evangelio y constituye uno de los dogmas fundamentales de nuestra fe católica: la virginidad perpetua de María. En virtud a ello, San José a recibido diversos títulos: padre nutricio, padre adoptivo, padre legal, padre virginal; pero ninguna en si encierra la plenitud de la misión de San José en la vida de Jesús.
San José ejerció sobre Jesús la función y los derechos que corresponden a un verdadero padre, del mismo modo que ejerció sobre María, virginalmente, las funciones y derechos de verdadero esposo. Ambas funciones constan en el Evangelio. Al encontrar al Niño en el Templo, la Virgen reclama a Jesús: "Hijo, porque has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, te buscábamos". María nombra a San José dándole el título de padre, prueba evidente de que él era llamado así por el propio Jesús, pues miraba en José un reflejo y una representación auténtica de su Padre Celestial.
La relación de esposos que sostuvo San José y Virgen María es ejemplo para todo matrimonio; ellos nos enseñan que el fundamento de la unión conyugal está en la comunión de corazones en el amor divino. Para los esposos, la unión de cuerpos debe ser una expresión de ese amor y por ende un don de Dios. San José y María Santísima, sin embargo, permanecieron vírgenes por razón de su privilegiada misión en relación a Jesús. La virginidad, como donación total a Dios, nunca es una carencia; abre las puertas para comunicar el amor divino en la forma más pura y sublime. Dios habitaba siempre en aquellos corazones puros y ellos compartían entre sí los frutos del amor que recibían de Dios.
Dolor y Alegría
Desde su unión matrimonial con María, San José supo vivir con esperanza en Dios la alegría-dolor fruto de los sucesos de la vida diaria. En Belén tuvo que sufrir con la Virgen la carencia de albergue hasta tener que tomar refugio en un establo. Allí nació el Jesús, Hijo de Dios. El atendía a los dos como si fuese el verdadero padre. Cuál sería su estado de admiración a la llegada de los pastores, los ángeles y más tarde los magos de Oriente. Referente a la Presentación de Jesús en el Templo, San Lucas nos dice: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él". Lc 2,33).
Después de la visita de los magos de Oriente, Herodes el tirano, lleno de envidia y obsesionado con su poder, quiso matar al niño. San José escuchó el mensaje de Dios transmitido por un ángel: "Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle" (Mt 2,13). San José obedeció y tomo responsabilidad por la familia que Dios le había confiado.
San José tuvo que vivir unos años con la Virgen y el Niño en el exilio de Egipto, esto representaba dificultades muy grandes: la Sagrada familia, siendo extranjera, no hablaba el idioma, no tenían el apoyo de familiares o amigos, serían víctimas de prejuicios, dificultades para encontrar empleo y la consecuente pobreza. San José aceptó todo eso por amor sin exigir nada, siendo modelo ejemplar de esa amorosa obediencia que como hijo debe a su Padre en el cielo.
Lo más probable es que San José haya muerto antes del comienzo de la vida pública de Jesús ya que no estaba presente en las bodas de Canaá ni se habla más de él. De estar vivo, San José hubiese estado sin duda al pie de la Cruz con María. La entrega que hace Jesús de su Madre a San Juan da también a entender que ya San José estaba muerto. Según San Epifanius, San José murió en sus 90 años y el Venerable Beda dice que fue enterrado en el Valle de Josafat.
Patrono de la Iglesia Universal
El Papa Pío IX, atendiendo a las innumerables peticiones que recibió de los fieles católicos del mundo entero, y, sobre todo, al ruego de los obispos reunidos en el concilio Vaticano I, declaró y constituyó a San José Patrono Universal de la Iglesia, el 8 de diciembre de 1870.
¿Qué guardián o que patrón va darle Dios a su Iglesia? pues el que fue el protector del Niño Jesús y de María.
Cuando Dios decidió fundar la familia divina en la tierra, eligió a San José para que sea el protector y custodio de su Hijo; para cuando se quiso que esta familia continuase en el mundo, esto es, de fundar, de extender y de conservar la Iglesia, a San José se le encomienda el mismo oficio. Un corazón que es capaz de amar a Dios como a hijo y a la Madre de Dios como a esposa, es capaz de abarcar en su amor y tomar bajo su protección a la Iglesia entera, de la cual Jesús es cabeza y María es Madre.
San José, Fundador y Padre de la Orden de los Carmelitas Descalzos
San José en el Carmelo entra desde los orígenes de la Orden. No en vano el Carmelo es flor plantada, nacida y desarrollada en Palestina, la tierra de José. El Carmelo nace acunado por María y por José. Desde sus orígenes derrama fuertes aromas josefinos junto a los marianos. Y si no es cierto lo que se ha escrito, que "cuando los carmelitas, huyendo de la persecución de oriente, se refugiaron en occidente, nos trajeron la fiesta de San José(2), es innegable que la devoción a San José, a nivel personal y local, se vivía desde la venida de los carmelitas a Europa, si bien la fiesta del Santo Patriarca, a nivel de Orden, no aparece sino en la segunda mitad del siglo XV, con la particularidad de que los carmelitas fueron los primeros que en la Iglesia latina compusieron un oficio enteramente propio en honor de San José, que aparece en el breviario impreso en Bruxelas en 1580 y en los que le siguen; y es seguramente el que leía la Santa Madre en la fiesta de San José. Quiere decir que los carmelitas desde que comenzaron a honrar a San José, lo hicieron con tanto ardor y fe que apenas se encuentra precedente igual en la historia josefina. "Este oficio no solamente es el más antiguo monumento elevado en la Iglesia latina a la gloria de San José, sino también, seguramente, el cántico más hermoso que jamás le fue consagrado. Todas sus partes, desde la primera antífona hasta la última, nos representan al Santo en todo el esplendor de su gloria"(3).
¿Qué es lo que se cantaba y celebraba en esta festividad de San José del 19 de marzo? La virginidad de José, a quien Dios encomienda la virginidad de la Madre de su Hijo, con quien la casa, para celar el misterio de la Encarnación al diablo, y para que fuese testigo y guardián de la virginidad de María, defendiéndola de toda sospecha de infamia.
El matrimonio realizado por Dios es un matrimonio virginal, ligado no por unión carnal sino por un amor virtuoso; un matrimonio feliz por la fe, el sacramento y la prole bendita. Vice-Padre, Padre virgen y, como María, libre de toda infamia de pecado, sirviéndose mutuamente María y José con solicitud conyugal, y con igual dedicación alimentando al Hijo.
San José es el receptor del misterio de la Encarnación, por quien el Angel, enviado de Dios, da a conocer el misterio de la salvación humana, y que tiene los reinos de la vida.
Esta teología es la que leía y meditaba Santa Teresa en la fiesta de San José, mientras vivía en el monasterio de la Encarnación, donde consta que la devoción a San José estaba muy arraigada, y que, resumida y hecha experiencia singular, ha derramado en su Vida.
Si quieres profundizar más en la vida de San José, ingresa a este link: San José