Santa Teresita "nos conduce a entrar en el misterio de su vida interior para descubrir cómo obra Dios en el alma, con una lógica distinta a la nuestra: contracorriente, sin pretenderlo. Para leer el artículo completo, ingresa haciendo clic en el título:
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(1805-1871)
Este hindú, nacido en Kerala (India), ha sido denominado apóstol de la Eucaristía, donde instituyó las “Cuarenta Horas”, que consiste en adorar al Santísimo Sacramento ininterrumpidamente durante un periodo de cuarenta horas. En este tiempo se recuerda y se recrean los eventos desde la deposición de la Cruz hasta la resurrección. De igual manera, fue un apóstol defensor de la unidad y de la reconciliación de la Iglesia. Su vida desde la infancia estuvo caracterizada por singularísimo amor al Santísimo Sacramento y a María. Fundó la Congregación de la Madre del Carmelo, integrada por monjas carmelitas de rito siro-malabar*. Este santo, primer prior general de los Carmelitas de María Inmaculada, murió en Koonammavu, localidad india cercana a la de Kochiel 3 de enero de 1871. Fue beatificado por Juan Pablo II el 8 de febrero de 1986, y Francisco lo canonizó el 23 de noviembre de 2014.
En la festividad del Santísimo Nombre de Jesús, se celebra la vida de este santo que nació en Kainakary, Kerala, India, el 10 de febrero de 1805 y se convertiría en uno de los grandes defensores de la unidad de la Iglesia mediando en el grave conflicto creado por el prelado Thomas Rochosen el sur de su país. Su vida desde la infancia estuvo caracterizada por singularísimo amor al Santísimo Sacramento y a María, a quien lo consagraron sus padres a los pocos días de nacer depositándolo ante Ella en el santuario de Nuestra Señora de Vechour. Debía su piedad a su madre que le enseñó a recitar las primeras oraciones antes de iniciar el descanso cotidiano; ambos las compartían en medio de gran recogimiento.
Integrado en la comunidad de rito siro-malabar, apenas despuntaba en su adolescencia cuando el padre Thomas Palackal, que atisbaba en el muchacho gestos inequívocos de virtud y clara aptitud hacia el sacerdocio, le animó a ingresar en el seminario de Pallipuram que estaba bajo su dirección. Antes de ser ordenado sacerdote, el santo perdió a sus padres y a un hermano, por lo cual unos parientes cercanos consideraron que era mejor que abandonara los estudios y ayudara a su sobrina, hija del hermano fallecido. Ciriaco asumió sus responsabilidades sin dejar la formación, y después de haber pasado por el seminario de Verapoly fue ordenado sacerdote en 1829.
Al saber que el padre Palackal y el padre Perukkara, amigo de aquél, aspiraban a vivir la experiencia eremítica, se unió a ellos. Y en 1831 se iniciaba la construcción del monasterio de Mannanam que pusieron bajo el amparo de san José. La idea del prelado Stabilini era contar con un movimiento religioso indígena, labor que encomendó a estos sacerdotes. La comunidad creció y fue el germen de otro seminario colindante que sería de gran fecundidad para el clero lo cual repercutió en la vida de los fieles. Signado por el espíritu de la fidelidad y la autenticidad, Ciriaco se convirtió en un pilar de la Iglesia en ese estado de la India y fue motivo de descanso para el vicario apostólico de Verapoly que le encomendó misiones eclesiales relevantes. Entre tanto, con el afán de contribuir a la formación de los fieles se hizo con una imprenta de madera y con ella difundió la revista La flor del Carmelo, el periódico El Deepika y numerosos textos espirituales.
Hombre de oración, acostumbrado a pasar largas horas ante el Santísimo, recorría afanoso todas las parroquias de Kerala con una acción apostólica vigorosa que conllevaba numerosas bendiciones. En 1846 se convirtió en el superior del monasterio de Mannanam, ya que los sacerdotes que encabezaron la fundación junto a él habían fallecido. El incremento de vocaciones que se produjeron bajo su amparo dio lugar a la Congregación de los Siervos de María Inmaculada del Monte Carmelo.
En 1858 se hicieron notorias las desavenencias entre sacerdotes de rito siro-malabar y el vicario apostólico de rito latino, monseñor Bacinelli. Los primeros llevaron los malos entendidos al patriarca caldeo José VI, con la esperanza de que designara un prelado afín a ellos. Roma no lo autorizó, pero el patriarca nombró a Thomas Rochos, quien hizo creer a los católicos que contaba con la aquiescencia de la Santa Sede intoxicando más aún las relaciones entre los fieles que aceptaron su versión. En la gravísima sima que se abrió acarreando la separación del legítimo vicario apostólico de Verapoly, Rochos no pudo anexionarse la voluntad de Ciriaco que actuó con absoluta fidelidad a Roma y en calidad de vicario general para los siro-malabares con sumo tacto y prudencia impidió que se consumara un cisma.
Todo su quehacer estuvo guiado por el anhelo de mantener la unidad y la reconciliación dentro de la Iglesia. Amaba profundamente al Santo Padre. Era humilde, caritativo y misericordioso; un gran apóstol que vivía entregado a los demás. El rezo del Rosario, la adoración al Santísimo y devoción por las llagas de Cristo, los dolores de María y los gozos y pruebas de san José, en los que meditaba y difundía entre sus hermanos, formaban parte de su quehacer y acción apostólica. En medio de sus múltiples tareas incluía la escritura siempre con finalidad apostólica. Decía: «Los días en que no hemos ayudado a nadie no merecen considerarse entre los días útiles de nuestra vida». Fuente: zenit.org.
(1305 - 1366)
La carrera de san Pedro Tomás es una curiosa combinación de vocación religiosa y vida diplomática. Nació en 1305, de humilde linaje, en la aldea de Salles, al sudoeste de Francia. A temprana edad entró en contacto con los carmelitas, quienes le recibieron gozosamente en el noviciado de Condom. En 1342, Pedro fue hecho procurador general de la orden. Este nombramiento le llevó a vivir en Aviñón, que era entonces la residencia de los papas; este nombramiento muestra que el santo tenía todas las cualidades de un hombre de negocios. Se puede decir que, a partir de ese momento, aunque el santo conservó su sencillez de monje, consagró la vida a las negociaciones, como representante de la Santa Sede; fue legado papal en negociaciones con Génova, Milán y Venecia. En 1354, fue consagrado obispo y representó al Papa en Milán, durante las ceremonias de la coronación del emperador Carlos IV como rey de Italia. De ahí pasó a Serbia y, más tarde, se le confió la misión de allanar las dificultades surgidas entre Venecia y Hungría. En un viaje a Constantinopla, recibió la orden de hacer un nuevo esfuerzo para obtener la reconciliación entre la Iglesia bizantina y la occidental.
Lo más sorprendente, por lo menos en nuestra época, es que Inocencio VI y Urbano V parecen haber puesto a Pedro Tomás al mando de expediciones de carácter claramente militar (cruzadas). En 1359, fue enviado a Constantinopla con un fuerte contingente de tropas y una buena cantidad de dinero, como «Legado Universal a la Iglesia de Oriente»; en 1365, fue de nuevo puesto, prácticamente, al mando de las fuerzas lanzadas al ataque de Alejandría. Esta expedición terminó desastrosamente. El legado papal fue alcanzado por varias flechas en el asalto. Tres meses después (6 de enero de 1366), murió en Chipre y como se dijo que la muerte le sobrevino como consecuencia de las heridas, se le honró como a un mártir, aunque no está inscrito en el Martirologio a ese título.
Es probable que una de las razones por las que los papas confiaron a san Pedro Tomás tantas misiones diplomáticas, haya sido su sentido de la economía, ya que la tesorería papal atravesaba entonces momentos muy críticos y el santo evitaba toda pompa y ostentación innecesarias. Por su parte hubiese deseado viajar del modo más humilde, y no hurtaba el cuerpo a las grandes austeridades que tales expediciones imponían, aun a los hombres más recios. Tampoco hemos de olvidar que, si bien sus biógrafos escriben en el tono poco crítico de un panegírico, todos están de acuerdo en proclamar su deseo de evangelizar a los pobres, su espíritu de oración y la confianza que su santidad inspiraba a todos. La biografía de Mézieres, que es nuestra fuente principal, no ofrece muchos detalles de tipo más íntimo; pero el mejor tributo a la impresión que el santo obispo producía en sus contemporáneos, consiste precisamente en el hecho de que Felipe Mézieres, que era un devoto cristiano y un eminente político, haya podido hablar de su amigo en términos tan elogiosos y desprovistos de toda envidia. Un decreto de la Santa Sede, de 1608, concedió a los carmelitas celebrar la fiesta de san Pedro Tomás, como obispo y mártir, lo que puede considerarse una confirmación de culto; pero no ha habido hasta ahora una canonización formal.
(1302 - 1373)
Nacido en Florencia, Italia. Andrés hijo de la ilustre y poderosa familia Corsini. Sus padres, Nicolás Corsini y Gema degli Stracciabende, pertenecían a una de las familias más aristocráticas de la ciudad. En su juventud, fue un chico disoluto y pendenciero. Según cuenta la tradición, antes de nacer, su madre dijo que había vista en sueños a su hijo en figura de *un lobo que se transformó luego en cordero*. Esas palabras transformaron su conducta. Después de la ordenación sacerdotal fue enviado a las universidades de París y Avignon e ingresó en la Orden de los Carmelitas. Cuando llegó a Florencia, la ciudad estaba invadida por la epidemia de peste descrita por Boccaccio. Fue elegido superior provincial de la Orden en 1348, y dos años después, fue elegido obispo de Fiesole, pues el anterior había muerto de peste. Trató de rechazar el cargo, porque se consideraba indigno de él y por eso se escondió en un yermo lejano de Enna, donde fue descubierto por un niño.
Como obispo, supo mantener entre los religiosos el espíritu de disciplina, el culto de la pobreza y de la oración y se cuidó particularmente de la formación de los jóvenes según el espíritu y la tradición de la Orden y el celo apostólico. En su palacio, escogió para dormir una celda reservada con un lecho de sarmientos en la que pasaba largas horas de la noche en oración.
En el aspecto diplomático, el Papa Urbano V le confió con frecuencia importantes misiones para solucionar conflictos, juzgar y apaciguar querellas. De su obra como pacificador se beneficiaron no sólo los combativos toscanos, sino también la ciudad de Bolonia, a donde el Papa lo envió a poner paz y donde lo acabaron encarcelando. Murió el 6 de enero de 1373 y fue enterrado en la iglesia del Carmen de Florencia. Urbano VIII lo canonizó en 1629. NOTA: un yerno es un lugar que no tiene vegetación y no está cultivado o no se puede cultivar.
(1642-1720)
Beato Angelo Paoli, presbítero carmelita. 20 de enero.Nació nuestro beato en Argigliano, el 1 de septiembre de 1642, y fue llamado Francisco en su bautismo. Desde niño aprendió la virtud de la caridad, pues su padre era un hombre virtuoso y gran valedor de los pobres, y de él aprendió. Siempre que podía iba corriendo a la iglesia a rezar, ayudar a misa o enseñar a otros niños el catecismo.
Fue educado por su tío materno, un ejemplar sacerdote, el cual le dio los rudimentos de la enseñanza del tiempo. A los 18 años, sin decir nada a nadie, se presentó él solo ante el obispo Luni-Sarzana para que le permitiera ser sacerdote. El prelado le examinó y viendo su virtud y conocimientos, le admitió para la formación sacerdotal, vistiéndole la sotana de clérigo. Y así volvió a su casa, con susto de sus padres. Comenzó la formación, desde su casa, pues los seminarios serían cosa posterior, pero necesitado de la vida comunitaria y de la asidua formación religiosa, decidió, junto a su hermano menor, Tomás, pedir el hábito carmelita en el convento de Cerignano.
Hizo el noviciado en Siena, en 1660, tomando el nombre de Ángelo, en honor a San Ángelo (5 de mayo), protomártir carmelita. Luego de emitir sus votos le enviaron al convento de Pisa, a estudiar la filosofía. Ya aquí como estudiante comenzó a despuntar lo que sería luego: un ángel de caridad. Fue ordenado presbítero en Florencia, en la festividad de San Andrés Corsini, el 7 de enero de 1667, donde también cantó su primera misa. Permaneció aquí 7 años como organista, enfermero y sacristán. Ya ordenado, se negó a seguir la Teología (otra costumbre de los tiempos, la Teología se estudiaba después), para dedicarse a los más desfavorecidos, alejado del ministerio de la enseñanza o la predicación. El 15 de agosto de 1674 ocurrió un milagro que se le atribuyó: repartía pan a los pobres, cuando constataron que por más pobres que acudían, las cestas no disminuían, alcanzando para todos y sobrando.
En la enfermería se tomó muy a pecho sus obligaciones con los demás, descuidando su propia salud, por lo que ese año de 1674 el médico recomendó le enviaran a su casa a descansar un poco. Pero descansar no entraba en la mente de Ángelo, pues una vez le permitieron, o le ordenaron más bien, ir a casa, allí lo que hizo fue recorrer montes y campos buscando a los pastores, los campesinos, los alejados de Dios, para predicarles y enseñar el catecismo. Su plan era alojarse con los pastores un tiempo, enseñarles y seguir camino a otro grupo. Se hizo una ermita en las montañas, donde oraba, se disciplinaba y trabajaba para no ser gravoso a los pobres del campo. Pero esta vida de esfuerzo también le minó la salud y su padre le envió a Pistoia, con un pariente farmacéutico, que debía cuidarle, mas volvió el santo fraile a lo mismo: buscar a los pobres, mendigar para ellos, auxiliarles y llevarles a Cristo.
Finalmente tuvo que volver al convento de Florencia. Y no solo aquí estuvo, sino además, en Pisa Siena y Montecatini, ciudades donde abrirá un comedor para pobres. En 1677 fue párroco de Empoli, sin dejar de visitar a sus pobres de Pistoia. Por donde pasaba siempre tenía una recua de pobres tras de sí, esperando su auxilio, su consejo y sus bendiciones. En 1678 fue nombrado maestro de novicios en Florencia y lo primero que hace es llevar a los jóvenes religiosos a servir en los hospitales, para que aprendan el valor de la humildad, el sufrimiento y a servir a Cristo en los pobres. En 1682 fue asignado a Cerignano, donde vive un tiempo de eremitismo compartido con la vida comunitaria. Conjuga la oración y la penitencia con el servicio d sacristán, organista y sobre todo: *caridad, caridad y caridad*.
En 1687 fue destinado al convento de San Martín “ai Monti”, Roma, como maestro de novicios, pero allí igualmente todos sus esfuerzos se van a los pobres. A tanto llega su caridad y trabajo con los necesitados, que el General le dispensa de los oficios comunitarios para que pueda dedicarse a su vocación: los pobres. Esta dispensa, la continua presencia de pobres que alteran la paz conventual y su fiebre asistencial le traen críticas y calumnias por parte de algunos carmelitas y de algunas asociaciones caritativas de la Ciudad Eterna. Le llaman loco, de usar la caridad para envanecerse y ganarse un halo de santo. Pero Ángelo lo toma todo como una cruz, no se desanima y continúa con sus pobres, favoreciéndoles y catequizándoles.
Un día visita el Hospital de San Juan de Letrán, supuestamente atendido por unos bienhechores, pero el espectáculo que halla es desolador: mal olor, llagas que no se curan nunca, comida en mal estado, camas faltantes, suciedad, desorden, la capilla abandonada, etc. Asume la tarea de cambiar aquello y en solitario comienza a limpiar, ordenar, socorrer a los más enfermos. Pronto tiene algunos ayudantes que le ayudan a lavar a los enfermos, cambiar las sábanas, limpiar heridas, etc. Pero va más allá, Ángelo, además se preocupa del alma de los enfermos, pues les predica y les da sacramentos, se hace confesión general, ayunan los que pueden, se asiste a las ceremonias religiosas y al rosario diario. Además, emprende Ángelo algo hoy muy extendido, la llamada "risoterapia", que consiste en alegrar al que sufre, relajarle con música, humor, etc. Contrata clowns, músicos e ilusionistas para elevar la moral de los pacientes. Y él mismo no dudó en disfrazarse para hacer reír a sus amados pobres. En 1710 extiende el hospital a "clínica de reposo", permitiendo que algunos enfermos leves o ya curados, descansen allí, formando parte además del equipo sanitario y ayudando a los que aún padecen. Se crea así una gran familia de caridad, alegría y santidad. Atrae a los familiares de los convalecientes, que ayudan a sus propios enfermos y a los que están solos. Le llueven las solicitudes para se tratados allí y aunque escasean los recursos, nunca se niega a admitir a nadie. Dirá que “cuantos más pobres acoja, más hará la Providencia por ellos”.
No olvidó a los presos el santo carmelita, siendo constante en las prisiones de la Via Giulia, donde halló igualmente un panorama desolador, por lo que comenzó a dignificar la vida de los presos y sus parientes, mediante el auxilio material y espiritual. Fue también director espiritual del Conservatorio de la Virgen Santísima, una fundación para niñas pobres, a las que se les daba educación y preparaba para la vida. Fue amigo de los cartujos, cuya vida admiraba y a la que dirigió a muchos jóvenes vocacionables. También tuvo de amigo y protector al cardenal teatino San José Tomasi Caro (3 de enero).
Todos los que visitan el Coliseo romano han de saber que, en gran parte, que este se conserve, sea visitable y haya sido restaurado se debe a nuestro santo carmelita Ángelo Paoli: en sus tiempos, siglo XVII, el venerable edificio se hallaba en ruinas y era nido de la peor gente. En sus rincones pululaban el vicio, la bajeza, la enfermedad y la muerte. Fue Ángelo, luego de una visita para venerar el sitio donde (tradicionalmente) habían alcanzado el premio tantos mártires de Cristo, quien clamó al papa Clemente XI, que le quería mucho, para que restaurase el edificio, cerrara las entradas peligrosas y sanease el lugar. Además, el mismo Ángelo puso tres cruces y celebró el primer Via Crucis que se hizo allí. El mismo Clemente XI le ofreció el capelo cardenalicio, como ya había hecho Inocencio XII, pero Ángelo reaccionó las dos veces con humildad, pero negándose firmemente a aceptarlo. Solo aceptó como cargo eclesiástico, entre 1713 y 1716 el cargo de la Lipsanoteca, certificando la autenticidad de las reliquias, aunque sin abandonar su trabajo con los pobres. Y es que su máxima fue siempre: "Quien busca a Dios, lo hallará en los pobres".
En 1720, el 14 de enero, cayó con fiebres muy altas, sintiéndose mal mientras tocaba el órgano, pero no dejó su función litúrgica. La humildad no pudo faltar ni en sus últimos días: pide que le confiese y de la extremaunción al carmelita que más le criticaba, el cual cayó arrepentido a sus pies. Murió nuestro carmelita el 20 de enero de 1720, con tiempo para escribir una especie de Constituciones para el hospital, dando instrucciones a sus colaboradores. Sus funerales fueron apoteósicos, estando presentes muchos prelados y una multitud de pobres y enfermos, casi a rastras. Fue sepultado en la iglesia carmelita de San Martín y en su tumba el papa Clemente XI hizo grabar las palabras "venerable padre de los pobres". Fue beatificado el 25 de abril de 2010, aunque su culto es más antiguo, pues en 1781 el papa Pío VI reconoció oficialmente sus virtudes heroicas.
(1840-1896)
Hizo vida el lema: "Todo por Jesús y por su gloria". No tuvo una vida fácil, pero supo superar las contrariedades en su adolescencia, las dificultades en sus obras apostólicas y las envidias, calumnias e injusticias por parte de los representantes de la Iglesia, en su madurez y hasta su muerte. De todo esto salió fortalecido en su fe, con la esperanza puesta sólo en Dios, y con el amor a punto, para hacerlo llegar a todos, incluso a sus mismos detractores. Así se forjan los santos. Durante los 55 años de su vida fue maestro y catequista y por encima de todo, sacerdote; un sacerdote comprometido con su tiempo y con su entorno más cercano, pero proyectado siempre hacia el mundo entero, que casi se quedaba pequeño para sus ansias de extender el conocimiento y amor de Jesús. Tuvo una maestra de vida espiritual y apostólica: Teresa de Jesús. Casi podríamos decir que una parte de la gran Santa de Ávila se encarnó en Enrique de Ossó y le infundió su espíritu de oración, su amor a Jesucristo y como fruto de ambos, se produjo la multitud de obras apostólicas que llevó a cabo durante su vida.
Nació en una familia cristiana de labradores acomodados en Vinebre, un pequeño pueblo de Tarragona perteneciente a la diócesis de Tortosa, el 16 de octubre de 1840. Era el tercero de tres hermanos: Jaime, Dolores y Enrique. Su madre, Micaela Cervelló Jové, le transmitió su profunda religiosidad y alimentó en él la vocación religiosa. De su padre, Jaime de Ossó Catalá, recibió el sentido práctico y emprendedor necesario para el mundo del comercio hacia el que intentó encaminarle.
Tras la muerte de su madre en 1854, Enrique huyó a Montserrat, a los catorce años, para servir como ermitaño a los pies de la Virgen, a la que llaman cariñosamente la Moreneta, por el color de la imagen que en el santuario se venera. Ayudado por su hermano Jaime entró por fin en el seminario de Tortosa, estudió Teología en Barcelona de 1863 a 1866 y allí fue ordenado sacerdote en 1867. Fue profesor de matemáticas y física en el seminario al tiempo que desarrollaba una intensa labor catequética.
Comenzando por el barrio de pescadores, Enrique llegó a organizar la catequesis de toda la diócesis de Tortosa. Sus estrategias pedagógicas congregaron en grupos estructurados a una niñez hasta entonces dispersa y desatendida, mientras él se ocupaba directamente de la formación de los catequistas. La transformación de las familias se hizo notar pronto. En 1870, con apenas treinta años, comenzó sus fundaciones: en ese mismo año, la Pía Asociación de la Purísima, para jóvenes campesinos, y el semanario “El amigo del pueblo”; en 1872, la revista mensual “Santa Teresa de Jesús”; en 1873, la Asociación de Hijas de María Inmaculada y Santa Teresa de Jesús, para jóvenes que quieran “vivir de veras el cristianismo en su propio ambiente” (actualmente “Movimiento Teresiano de Apostolado”, MTA, movimiento apostolado seglar con carisma teresiano en sus tres ramas: Amigos de Jesús, Jóvenes y Comunidades); en 1876, la Hermandad Josefina, para hombres de toda edad y profesión, el Rebañito del Niño Jesús (hoy Club de los Amigos de Jesús, rama infantil del MTA), y la Compañía de Santa Teresa de Jesús.
La gran obra de su vida fue la Compañía de Santa Teresa de Jesús, instituto religioso femenino extendido hoy por Europa, América, África y Asia, que, de acuerdo con el carisma de su fundador, está llamada a extender el conocimiento y amor de Jesucristo por todo el mundo por medio de la oración, enseñanza y sacrificio según el espíritu y estilo de Teresa de Jesús. “Éste debe ser vuestro único afán: ser todas de Jesús: que no haya cosa en vuestro interior y exterior que no predique a Jesús”.
Desde 1879 se vio envuelto en un delicado y doloroso pleito que, involuntariamente por su parte, le enfrentó a las autoridades eclesiásticas. Lo que algunos juzgaron como obstinación no fue sino defensa de la verdad, la justicia y los derechos de otros. Varias décadas más tarde, ya después de su muerte, salió a la luz la verdad de tan complicado proceso y se puso de manifiesto su fidelidad inquebrantable a la Iglesia, su honradez, caridad, espíritu de fe, prudencia y fortaleza en grado heroico.
En los momentos más difíciles de su vida, abandonado por la Compañía de Santa Teresa de Jesús, de la que era padre y fundador, se retiró al convento franciscano de Sancti Spiritus de Gilet (Valencia) en busca de silencio y soledad para reflexionar y orar. A los pocos días murió repentinamente, a solas, a consecuencia de un derrame cerebral, el 27 de enero de 1896. Tenía 55 años. Sus restos reposan en la capilla del noviciado de la Compañía de Santa Teresa de Jesús en Tortosa. La inscripción del sepulcro recoge el último pensamiento de Santa Teresa de Jesús: “Soy hijo de la Iglesia”, lo que él quiso expresar como resumen de su vida. Fue beatificado en Roma el 14 de octubre de 1979 y canonizado en Madrid el 16 de junio de 1993 por Juan Pablo II. El 6 de noviembre de 1998 fue declarado Patrono de los catequistas españoles. Fuente: http://www.catequesisdegalicia.com.
(1811 - 1872)
Nació en Aytona (Lérida) el 29 de Diciembre de 1811, de familia pobre pero muy cristiana. En 1828 ingresó en el seminario de Lérida, donde estudió filosofía y teología durante cuatro años.
El 14 de Noviembre de 1832 vistió el hábito de carmelita teresiano en Barcelona, donde profesó el 15 de Noviembre de 1833. En 1835 incendiaron el convento de Barcelona, donde él vivía, y el 2 de Abril de 1836 se ordenaba sacerdote. Se entregó de lleno al apostolado y a la oración. Vivió doce años exiliado en Francia (1840-1851) y vuelto a España, se le confinó injustamente a Ibiza (1854-1860).
En la soledad del Vedrá -majestuoso islote frente a Ibiza- vive las vicisitudes de la Iglesia inmerso en su Misterio. En Baleares funda en 1860 las dos congregaciones religiosas: Hermanas y Hermanos Carmelitas Terciarios de la Virgen del Carmen.
No es la primera vez que me piden que recuerde los ajetreados pasos por esa vida que se me regaló. Iría a cumplir ahora 200 años y creo que el “cumpleaños” bien merece recordar cuántas gracias debo dar por esa etapa. Vine al mundo el 29 de diciembre de 1811 en Aytona, un pueblecito leridano rodeado de viñas y olivares. Mis padres, José Palau y Mª Antonia Quer me pusieron el nombre de Francisco. Era el séptimo de una familia de nueve hermanos. Crecí en un ambiente sencillo y religioso. La oración en familia, las prácticas religiosas en la parroquia, la atención a los que menos tenían y las primeras letras en la escuela llenan mis recuerdos hasta los trece años.
En 1924 mi hermana Rosa contrae matrimonio, se traslada a vivir a Lérida y me lleva con ella. Esto me dio la oportunidad de ir más allá de las “letras” que se estudiaban en la escuela de Aytona. Me gustaba leer, disfrutaba con cada cosa nueva que conocía y al año de estar en Lérida conseguí una beca para estudiar en el Seminario. Estudié en el Seminario Leridano hasta el 1832. Latín, filosofía, teología,… me encontraba cómodo escrutando estos saberes, pero sobre todo fue calando en mi interior la savia que hacía crecer la semilla que mis padres habían sembrado y cuidado en Aytona.
Se diría que el camino que iba recorriendo no ofrecía lugar a dudas: al terminar mis estudios sería ordenado sacerdote. Pero, conforme iba caminando, comencé a no tenerlo tan claro. La vida religiosa me fue atrayendo cada vez con más fuerza, tanta que en octubre de 1832 he dejado el seminario y llamado a la puerta de los Carmelitas Descalzos en Barcelona. En ese mes comencé el postulantado y al mes siguiente era un novicio Carmelita que vivía la intuición de una elección acertada. Cuanto más conocía el Carmelo, más feliz y centrado me sentía.
El ambiente político estaba más que revuelto. No eran buenos tiempos para la Iglesia, ni para sus seguidores. Aún así decidí realizar mis votos. La revolución de julio de 1935 me sacó de mi convento en llamas. Salía acompañando a otro hermano que estaba ciego. Conseguí refugiarme en casa de unos vecinos, pero la guardia real me descubrió al día siguiente, me llevó a la cárcel de la Ciudadela donde se encontraban otros muchos religiosos. Tenía 24 años cuando me detuvieron por primera vez y, no iba a ser la última.
Con la libertad, me dieron un pasaporte para dirigirme donde creyera “más conveniente”. Las Órdenes Religiosas han sido suprimidas, no sé qué hacer y mis pasos se encaminan a Aytona, a la casa de mis padres. Allí ayudo en la Parroquia, trabajo en el campo, procurando momentos de soledad y oración. Mantengo contacto con mis superiores, también exclaustrados, que me orientan hacía la ordenación sacerdotal. No estaba muy convencido, mas “consentí en ser sacerdote bajo la firme persuasión de que esta dignidad en modo alguno me alejaría de mi profesión religiosa” (VS).
Las misiones populares y los servicios religiosos prestados al ejército carlista en Berga, me procuraron el título de “Misionero Apostólico” y también la salida a Francia cuando este ejército fue expulsado. Esperaba encontrar en la nación vecina un ambiente más propicio para la vida religiosa que tanto deseaba. La verdad es que el panorama no cambió mucho. Encontré soledad en Perpignan, regularicé mi situación canónica y ejercí el apostolado entre los refugiados españoles y oriundos de la zona. Predicación y soledad, ora solo, ora con algunos jóvenes que se me unían; comencé a recorrer el sur de Francia en estas tareas. Mi forma de vida y predicación despertó cuanto menos sorpresa, no solamente en algunos jóvenes sino también entre los eclesiásticos del lugar. Unos decía que parecía un santo, otros me consideraban un intruso y hubo hasta quienes me tacharon de hereje. Yo sólo quería vivir mi vocación.
Es verdad que tuve dificultades pero también conocí a muy buena gente. Gente sencilla y, también nobles, que me ofrecieron su apoyo y hospitalidad. No puedo dejar de recordar a Juana Gratias, la buena Juana, con la que compartí itinerario espiritual y que me fue fiel en vida y hasta después de mi muerte. Cuando regresé a España, ella y otras jóvenes con inquietudes espirituales esperaban mis orientaciones para comenzar una nueva vida religiosa.
En Barcelona, el Sr. Obispo, Costa y Borrás me encargó de la formación en el Seminario y me permitió ayudar en la Parroquia de San Agustín. Aquí vio la luz “La Escuela de la Virtud”. Su objetivo fue la formación religiosa y social de los obreros, la catequesis de adultos. Nos reuníamos todos los domingos y no tardó en ser conocida en toda la ciudad. Pero en los tiempos que corrían empezó a levantar sospechas y fue acusada de movimiento político. Hubo voces que defendieron “La Escuela” y su labor humanitaria, religiosa y social pero pudieron más el miedo y las injurias. Con dolor vi como se cerraba y yo fui desterrado a Ibiza el 9 de abril de 1854. Me sentí nuevamente sin rumbo.
La isla me brindó espacios de soledad. En medio del Mediterráneo se alzaba majestuoso el Vedrá, un pequeño islote. Allí encontré paz y sosiego. Había sido desterrado a la fuerza y sin embargo, cada vez que me recluía en su cueva “¡Qué feliz yo si de aquí no saliera más!”. Pero la realidad social y eclesial me sacaban de mi retiro y una vez más, pude armonizar el apostolado, la vida fraterna con los amigos que me seguían y el retiro. En Ibiza comencé a escribir mi experiencia de oración, “Mis relaciones”. Mantenía el contacto con los amigos de Barcelona y con las jóvenes de Francia y de España que deseaban vivir su entrega a Dios en comunidad. ¡Qué feliz el día que llegó la imagen de “Nuestra Señora de las Virtudes” que había sido salvada en el cierre de “La Escuela”!. Tenerla allí, tan cerca, daba aliento a cada acontecimiento diario. Sentía como dentro de mí crecía y crecía un amor a la Iglesia que me mantenía inquieto y en búsqueda. ¿Cuál era mi misión? ¿Cómo podía servir mejor a la Iglesia? ¿Quién era la Iglesia? ¿Cómo podía amarla sin conocerla? Mis soliloquios con ella aumentaban mi deseo de conocerla y darla a conocer pero no acaba de verlo claro.
Fue en la Catedral de Ciudadela, en el mes de noviembre, mientras predicaba la novena de las ánimas, cuando la descubrí, y desde ese momento mi vida da un gran giro. El Señor me mostró que deseaba de mí y yo sentí su fuerza y que ya nada podría detenerme. Por estas fechas llega el fin de mi confinamiento. Vuelvo a la península: Madrid, Barcelona, Lérida, una y otra vez regreso a las islas. Mi vida trascurre entre las misiones populares, la asistencia a enfermos, que lo eran de cuerpo y de espíritu, hasta llegué a practicar el exorcistado, la publicación de diversos artículos en prensa y el acompañamiento a aquellos primeros grupos comunitarios tanto de hermanos como de hermanas. “Cuando Dios me llama, nada hay de cuanto se me pone por delante, por terrible y desagradable que sea, que no lo asalte y atropelle”
Los grupos comunitarios, sobre todo los de mujeres, se van extendiendo poco a poco. Desde Lérida y Aytona han llegado hasta Ciudadela, Ibiza, Barcelona, Fraga, Grau, Estadilla, Tarragona. Las visito siempre que me es posible y la correspondencia es fluida entre nosotros. Sin duda el empeño, la confianza, el sacrificio y la fortaleza espiritual de Juana fueron decisivos en momentos nada fáciles. Al compartir con ellas mi experiencia hicieron vida esa armonía entre la intimidad con Dios a la que se sentían llamadas y el servicio a los hermanos, fundamentalmente los más pobres, revelado en el Evangelio de Jesús. Volví a estar bajo sospecha y en el año 1870 era detenido y procesado. El proceso terminó con absolución, eso sí, pero las autoridades eclesiásticas me exigieron dejar la tarea del exorcistado. No lo entendí, pero lo acaté.
Lucha del alma con Dios, La Vida solitaria, El Catecismo de las Virtudes, La Escuela de la Virtud vindicada, Mes de María, La Iglesia de Dios figurada por el Espíritu Santo y sobre todo, mi escrito más preciado, Mis relacione,” daban a mi espíritu la oportunidad de compartir mi experiencia de amor y de entrega a través de esos escritos.
Como veis yo, que creí desear una vida apacible y tranquila en ofrenda al Señor, me vi envuelto en “mil negocios” pocas veces bien comprendidos y que en más de una ocasión, hubieran predicho una muerte a mano de perseguidores de la Iglesia por la que tanto luche. Pero no fue así, la muerte me sorprendió en Tarragona cuando al ir a ayudar a una de las comunidades que allí residían asistiendo a los enfermos de peste, una pulmonía me obligó a guardar cama y allí, rodeado del cariño de mis hijas, el 20 de marzo de 1872 mi Amada me acogió sin velos en su seno.
AUTOR: Charo Alonso. Fuente: https://www.portalcarmelitano.org